miércoles, 13 de agosto de 2008

La falibilidad espantosamente injusta de la infalibilidad.




La inteligencia busca, pero quien encuentra es el corazón. George Sand

“Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos”. -Mateo 16:18-19

El Papa es el Sumo Pontífice de Roma, sucesor de San Pedro, cuando habla como Jefe de la Iglesia Católica ejerciendo el supremo grado de su autoridad define como obligatorias verdades de fe y moral, según el dogma, no se puede equivocar. Dice el Concilio Vaticano I: “Definimos ser dogma divinamente revelado que el Romano Pontífice cuando habla 'ex cathedra ' esto es, cuando cumpliendo su cargo de Pastor y Maestro de todos los cristianos, define con su suprema autoridad apostólica, que una doctrina sobre la fe y costumbres debe ser sostenida por la Iglesia Universal... goza de aquella infalibilidad que el Redentor Divino quiso que estuviera en su Iglesia.”

La infalibilidad del Papa fue definida como dogma en 1870. “El Romano Pontífice, cada vez que habla ex cathedra; es decir, cada vez que, cumpliendo con su cargo de pastor y doctor de todos los cristianos, define en virtud de su suprema autoridad apostólica que una doctrina sobre la fe o las costumbres debe ser creída por toda la Iglesia, goza, por la divina asistencia a él prometida en la persona de San Pedro, de aquella infalibilidad con la cual el Divino Redentor ha querido dotar a Su Iglesia, cada vez que ella define una doctrina sobre fe o costumbres. En consecuencia, estas definiciones del Romano Pontífice son irreformables en sí mismas…”.

El Papa es infalible ex officio (en el ejercicio público de su cargo), como lo es la misma Iglesia, y esto, no solamente cuando habla ex cathedra. Inclusive cuando el papa Juan Pablo II pidió perdón, lo hizo por algunas decisiones equivocadas y por abusos que algunos cristianos habían cometido de manera personal, pero no por haberlos cometido el. Hoy hay quienes pretenden gozar de esa unción de infabilidad aún cuando inclusive la Iglesia Católica tiene serios problemas en explicar su alarde de plenipotencia moral y ética.



Respecto a los errores de la infalible Iglesia Católica:

La Inquisición.- En el tiempo en que la Inquisición estuvo en funciones, hubo miles de ajusticiados por herejía o por brujería en todo el mundo.
Recordemos como Fray Luis de León, catedrático de la Universidad de Salamanca, fue procesado por la Inquisición por un asunto de honradez académica y canónica según la doctrina de su época, desconfiar de la versión del Cantar de los Cantares de la Biblia oficial (la Vulgata) y traducir el mismo del texto hebreo siendo esta práctica una prohibida. Traducir al castellano el Cantar de los Cantares del rey Salomón, contra la prohibición del Concilio de Trento y manifestar que la Vulgata, la versión latina de san Jerónimo, contenía numerosos errores. Fray Luis fue apartado de su cátedra y encarcelado en Valladolid durante casi cinco años, hasta que en 1576 fue puesto en libertad y regresó a su cátedra.
El ‘Santo oficio’, hoy llamado ‘Congregación para la doctrina de la fe’, la inquisición nunca fue abolida por la Iglesia, solo actualizó su nombre a este último, congregación dirigida hasta escasos días por el actual Benedicto XVI, o Ratzinger, que así se llamaba cuando era miembro de la juventudes nazis y posteriormente soldado de Hitler.

Las cruzadas.- Desastrosos episodios cruentos y prolongados de guerras imperialistas de conquista y poderes a base de juicios religiosos y étnicos. El 27 de noviembre de 1095, último día del concilio de Clermont, Alvernia, Urbano II proclama la Primera Cruzada. La medida para resolver el problema de la seguridad de Tierra Santa tenía un dudoso sentido cristiano. Con la cruzada el Papado tiene a sus órdenes la fuerza de los ejércitos.
“Habiendo entrado peregrinos en la ciudad, persiguieron y degollaron a los sarracenos hasta el Templo de Salomón, donde hubo tal carnicería que los nuestros caminaban con sangre hasta las rodillas. Los cruzados corrían por toda la ciudad arrebatando oro y plata, caballos y mulas, haciendo pillaje en las casas que sobresalían por sus riquezas. Después felices y llorando de alegría, se fueron a adorar el sepulcro de Nuestro Señor Jesucristo, considerando saldada la deuda que tenían con El” (Raimundo de Aguilers)
“...los francos degollaron a más de setenta mil personas, entre las cuales había una gran cantidad de imanes y de doctores musulmanes, de devotos y de ascetas, que habían salido de su país para venir a vivir, en piadoso retiro, a los lugares santos”. (Ibn al-Athir)
“Se ordenó sacar fuera de la ciudad todos los cuerpos de los sarracenos muertos, a causa del hedor extremo, ya que toda la ciudad estaba llena de sus cadáveres... hicieron pilas tan altas como casas: nadie había visto una carnicería semejante de gente pagana.” (Guillermo de Tiro)
Los intereses comerciales son la verdadera clave de las cruzadas y su santa misión. El Papado fue impulsado a organizar las cruzadas por razones políticas y la necesidad de elevar su prestigio en la lucha contra los emperadores germanos.

Galileo.- Cuando Galileo llega a Roma el 1 de abril de 1611, es recibido con honores por el papa Pablo V, es nombrado miembro de la Academia dei Lincei y los jesuitas astrónomos y matemáticos del Collegio Romano celebran su llegada. El cardenal Bellarmino pide informes a Christopher Clavius sobre la fidelidad de las observaciones. El cardenal Maffeo Barberini alaba públicamente a Galileo (más adelante, como Urbano VIII papa, será su peor adversario).
Frente a Galileo hay algunos liberales, que se oponen sólo por fidelidad a sus principios de siempre, y un ejército de aristotélicos, dispuestos a lanzarle encima la Santa Inquisición a la mínima sospecha de herejía.
Galileo reclama la libertad de pensamiento intelectual y la autonomía de la ciencia respecto de la fe. Su programa intelectual choca de frente con las autoridades eclesiásticas. Galileo es condenado por la Inquisición. El 24 de febrero de 1616, una comisión del Santo Oficio descalifica la afirmación de que el sol sea el centro del mundo y esté quieto y que la tierra no sea el centro del mundo y se mueva y el 5 de marzo de 1616 la Congregación del Santo Oficio la declara falsa doctrina y contraria a la Sagrada Escritura.
Para el 1632 Galileo tenía 69 años y su salud se deterioraba cada vez más. Ante la amenaza de ser arrestado y llevado en cadenas, viajó a Roma en enero de 1633. Aunque le permitieron permanecer en la casa del embajador de Toscana y no en una de las cárceles de la Inquisición, Galileo tenía prohibido todo contacto social previo a su interrogatorio del 12 de abril.
El 30 de abril de 1633, Galileo reapareció ante sus inquisidores y admitió su culpabilidad. Fue obligado a retractarse públicamente y su Diálogo se incluyó en la lista de libros prohibidos. El 21 de junio de 1633, el tribunal encontró a Galileo culpable de ‘sospecha de herejía’ y fue condenado a pasar el resto de sus días encarcelado. Galileo no fue a parar a los sótanos de la Inquisición, regresó a su casa en Florencia y ahí permaneció en arresto domiciliario hasta su muerte en 1642.

La colonización de América, la esclavitud y el trato discriminante de las etnias. La Iglesia Católica bendijo largamente los desmanes más horrendos de la historia que a su vez eran manifestaciones ‘legales’ de sistema jurídicos.

La marginación de la mujer.- La Iglesia Católica insiste a pesar de todas las corrientes emancipadoras que el hombre es la autoridad en la familia y prohíbe la ordenación sacerdotal de mujeres.

¿Quién vino primero el huevo o la gallina?
La construcción de la teoría de la infalibilidad es puramente histórica. Responde a una serie de acontecimientos que tuvo que soportar en su momento la Iglesia Católica. Primero fue el gran cisma de oriente, luego en el Renacimiento el cisma de los protestantes de occidente y en el siglo XIX, la pérdida de los últimos dominios territoriales de la Iglesia en la Italia Central. Hacia 1870, Roma se encontraba sitiada por las fuerzas que llevaban décadas construyendo la unidad nacional de Italia, y cuyos últimos objetivos eran los estados pontificios, donde el papa ejercía su autoridad como señor absoluto. El dogma de la infalibilidad fue un acto de autoafirmación. Fue una muestra de poder para legitimar toda decisión futura de la Iglesia.

Se hace necesario recordar cual fue la postura de la Iglesia Católica y Pío XII ante el genocidio de los judíos en Europa.

John Cornwell, autor del libro ‘El Papa de Hitler’, narra y analiza la vida de Pio XII, su antisemitismo y escandaloso silencio ante el genocidio de millones de judíos, gitanos, homosexuales y transexuales durante la segunda guerra mundial y la "solución final" de Hitler y su ejercito nazi. Ante Hitler, Franco, Pinochet, Videla o Mussolini se caracteriza la infabilidad católica por su ambigüedad, falta de contundencia y vergonzoso silencio, o complicidad.

Da su bendición especial a Franco en su golpe militar: “España (...) acaba de dar a los profetas del ateísmo materialista de nuestro siglo la prueba más excelsa de que por encima de todo están los valores de la religión y del espíritu” (Pío XII, 1939). Cuando Mussolini decidió lanzarse a una guerra de conquista, contra Etiopía, Pio XII aprobó que aquellas modernas armas de fuego que iban a masacrar africanos armados de lanzas y cuchillos, fueran bendecidas por cardenales cercanos a la sede de San Pedro. El cardenal de Milán, proclama la expansión fascista en África como ‘una guerra santa’.

La infabilidad espantosamente falible del positivismo.
Los portavoces neoliberales afectados de un incurable positivismo jurídico, no comprenden que los mayores atentados contra la libertad casi siempre son legales. La incomprensión de la naturaleza política del neoliberalismo y la necesaria naturaleza represiva del Estado, derivan de una incomprensión del concepto de naturaleza en general, confundidos en cuestiones filosóficas, la mayoría de los neoliberales se abrazan a posiciones positivistas. Es que es característica innegable que el positivismo en su aplicación simplista de lógica aritmética y negación de la creatividad, se acomoda con el poder y los grandes intereses.

Sólo el ignorante presume de sabio, dice un antiguo proverbio. La verdadera incultura convive en muchos casos con credenciales académicos y puestos jurídicos. Los más incultos suelen ser los más presumidos y arrogantes ya que presumen que sus roles los ubica en un plano superior de incuestionabilidad.

El positivismo jurídico proporcionó a Hitler las bases teóricas de un ‘derecho’ acorde con su proyecto de genocidio y xenofobia. Prestigiosos juristas alemanes que consiguieron soslayar los juicios de Núremberg llegaron a sostener, sin rubor y sin rectificar, que entre los fines de la pena estaba ‘la eliminación de los elementos dañinos al pueblo y a la raza’.

Y los infalibles togados, son igualmente solo expresión de conveniencia política y negación del razonamiento crítico producto de un positivismo esquizofrénico que les permite ver lo que nadie ve y estar ciego ante lo que todos ven. Como Jorge Arturo Agustín Medina Estévez (clero) que apoyó sin reservas a la dictadura del general Augusto Pinochet, el Tribunal Supremo de Chile mantuvo un silencio sepulcral durante todos los desmanes e injusticias acaecidos durante la dictadura militar.

John Rawls (Teoría de la Justicia) nos recuerda que si las leyes son injustas deben ser abolidas, sin embargo los positivistas relinchan ante el reto de cuestionar las normas.

La teoría del delito a los fines del siglo XIX bajo la influencia de las ideas científicas imperantes por entonces, impulsó a los juristas para que se preocuparan de identificar quirúrgicamente el delito y redactar recetas precisas ante los procesos de conducta humana. El acto realizado era, en consecuencia, considerado ilícito cuando contradecía el derecho positivo. Se puede sostener que la concepción clásica del delito proviene del positivismo que se caracteriza, en el ámbito del derecho y en la resolución de problemas penales, por la utilización exclusiva de nociones jurídicas, por la imposición de conclusiones mecanicistas desprovistos de criterios de humanidad y por una supuesta, nuevamente haciendo alarde de la sin razón, infabilidad de la ciencia jurídica aplicada como ecuación lineal. Van cayendo por esta pendiente, de sustituir el conocimiento hiperracional por la sensibilidad.

El positivismo jurídico niega la naturaleza humana en su misma compleja esencia y reduce su ejercicio jurídico a una aplicación literaria llana. A mi juicio, el ‘éxito’ de estas corrientes positivistas se debe fundamentalmente, a que justifican siempre todo abuso de poder y cualquier decisión acomodada con los grandes intereses.

Siempre que anulemos las fuerzas subjetivas con el fin de alegadamente reproducir la fiel imagen de la realidad, habremos trivializado los territorios de la verdad. Esto nos obliga a preguntar: ¿qué elementos demuestran que las prescripciones del juego positivista son las mejores? ¿Por qué debemos adoptarla? La tentativa positivista de crear un lenguaje que funcione como soporte seguro de la ciencia es pura teoría y antojo, producto de la imaginación, de la capacidad de producir herramientas y ficciones para describir la realidad. Pero la obsesión objetivista conduce al culto del método y la sacramentalización del jurista y termina por absolutizar su ficción al creerse dueño de la verdad y sacerdote de la ética y, con ello, diseca el pensamiento crítico y deporta la disensión.

La clausura de la vía libre del pensamiento, la intolerancia y el dogmatismo emergen como producto de esta compulsiva lógica positivista atrapados en el laberinto del juego del puro logos. Cada vea que el positivismo jurídico, que atribuye una engañosa majestad a las leyes y las normas meramente porque son leyes y normas (sin cuestionar la equidad y justicia de sus palios) abre el camino hacia una funesta separación entre la ley, el sistema jurídico, los jueces y la moralidad, concuerdan, sin embargo, en considerar al Estado como una entidad absoluta y suprema, exenta de control y de crítica, incluso cuando sus postulados teóricos tropiezan en la abierta negación de valores esenciales de la democracia y la conciencia igualitaria humana.

La pretensión de encontrar la solución jurídica de todas las cuestiones prácticas en la aplicación directa y mecánica de los preceptos legales aplicables es una quimera: las normas, especialmente las de mayor rango, deben limitarse a enunciar grandes principios, reglas en su rigidez tiránica, quedarán obsoletas.

En su ‘Teoría de la Aplicación e Investigación del Derecho’ Castán cita a un clarividente jurista español del siglo XVI, Juan Huarte: “No es posible escribir las leyes de tal manera que comprendan todos los casos que pueden acontecer; basta determinar aquéllos que ordinariamente suelen suceder, y si otros acaecieren que no tengan ley que en propios términos los decida, no es el Derecho tan falto de reglas y principios que, si el Juez o el Abogado tiene buen entendimiento para saber inferir, no halle la verdadera determinación.”

Refugiarse en un cómodo y peligroso positivismo y arroparse de una supuesta y autoproclamada infabilidad ética es la venda que hace que un sistema legal pueda ignorar la realidad, desoír las opiniones contrarias, abolir el debate de ideas y al así hacerlo, burlar de facto la teoría democrática en su mismísima definición.

Desgraciadamente hoy vemos mucho de este proceso cuestionable en su enteridad pero precisamente los cuestionados aducen estar exentos de cuestionabilidad, y peor aún, penalizan la autoría de ideas diferentes por más razonadas que resulten. El viejo cuento de la verdad agarrada por el rabo.

1 comentario:

Heli dijo...

Estupenda entrada. Algo larga porque me ha hecho perder la mañana. Pero ha merecido la pena.

Buen blog! :)