lunes, 14 de junio de 2010

El puente de plata...

Después de la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos siguieron respaldando a Chiang Kai-shek (Kuomintang/ fuerzas nacionalistas), ya abiertamente en guerra contra el ejército comunista de Mao Zedong, renombrado como Ejército Popular de Liberación (EPL), en su estrategia de derrotar al comunismo. El 21 de enero de 1949, las fuerzas del Kuomintang sufrieron una derrota masiva a manos del EPL. A lo largo del año, los comunistas lliderados por Mao Zedong fueron ganando en cadena las ciudades más importantes de China. El 10 de diciembre de 1949, el EPL rodeó en Chengdu, el último baluarte de las fuerzas nacionalistas. Chiang Kai-shek y su hijo Chiang Ching-kuo huyen en avión a Taiwán, donde conseguirían mantener el régimen nacionalista de la República de China. Muchos consideran esta parte final del episodio armado de China el mejor ejemplo en la historia de lo que se llama 'el puente de plata' que es una frase que curiosamente se origina en la historia ibérica.




Al enemigo que huye, puente de plata.


Se refiere esta expresión a la conveniencia de, no sólo no poner obstáculos, sino facilitar la marcha del enemigo o persona que nos estorbe, librándonos así de ella, sin esfuerzo ni pérdida de energías. Esta máxima militar, tan repetida, se atribuye a Gonzalo Fernández de Córdoba, llamado también El Gran Capitán (1453-1515). El autor de esta atribución es el toledano Melchor de Santa Cruz de Dueñas quien, en su libro Floresta española de apotegmas y sentencias (Toledo, 1584), traza un anecdotario del gran caudillo conquistador de Nápoles. La tal Floresta es una de las colecciones más importantes de cuentos y anécdotas del siglo XVI y mezcla frases anecdóticas, sentencias, cuentecillos, chistes, misceláneas y datos biográficos de muchos personajes. Mucho de lo que explica Melchor de Santa Cruz en su libro ha sido repetido infinidad de veces sin explicar su procedencia. En lo que se refiere a esta frase “A enemigo que huye, puente de plata”, Melchor de Santa Cruz, en la segunda parte, capítulo III, escribe: “El Gran Capitán decía que los capitanes o soldados cuando no había guerra eran como chimeneas en verano”. Más abajo: “ ... Él mismo decía: al enemigo que huye hacedle la puente de plata”. Esta expresión ha sido recogida por muchos autores del Siglo de Oro y luego ha sido usada abundantemente hasta nuestros días. Cervantes, por ejemplo, en la parte II, capítulo LVIII de su Don Quijote, cuando éste es arrollado por el tropel de toros bravos y éstos siguen su camino, exclama, provocándolos: “Deteneos y esperad, canalla malandrina; que un solo caballero os espera, el cual no tiene condición ni es de parecer de los que dicen que al enemigo que huye, hacedle la puente de plata”. Igualmente, Lope de Vega en su obra La estrella de Sevilla (acto 1º, escena IV) expresa: “que al enemigo se ha de hacer puente de plata”.
Miguel A. Pérez Abad

El Gran Capitán de los Reyes Católicos, Gonzalo Fernández de Córdoba, vencedor de mil batallas sostenía que, “al enemigo que huye, puente de plata”… para huir, y cuanto más lejos mejor.

En estos tiempos recientes la frase se utiliza como una manera de plantear un desenlace a una controversia que permita a una de las partes conceder posiciones prioritarias pero sin necesariamente llegar a la derrota total y deshonra de dicha parte. Igual que sus orígenes simboliza una actitud de flexibilidad táctica que de cierta manera posibilita acelerar el proceso posterior de un proceso conflictivo.

Es similar en algo al concepto de 'paracaídas de oro (o dorado)' que se emplea cuando una persona (o grupo de personas) se enfrenta a un cuadro en el que su autoridad ha quedado claramente impugnada o cuestionada por autoridades superiores, la alternativa, digamos, elegante de permitir que dicha persona (o grupo de personas) se retire o abandone el escenario de la controversia sin mayores repercusiones negativas e inclusive con algunas consideraciones especiales para que acepte las decisiones en curso e inevitables.

Ambas propuestas entran en juego muy a menudo cuando las posiciones y decisiones de una parte han quedado totalmente contradichas, igual cuando ya el pueblo ha dictaminado que dichas personas y sus ideas son francamente contrarias al bienestar general y rechazadas masivamente.

Pienso que debe haber algo (sino mucho) de estas opciones en juego en el proceso de la huelga de la Universidad de Puerto Rico. Tanto la intransigencia como la ausencia crónica de buena fe que ha caracterizado las actitudes y decisiones de los administradores universitarios y el sector en mando de la Junta de síndicos, tanto la falta de total y completa transparencia financiera como la seguidilla de recomendaciones improvisadas (tales como la cuota especial y la Certficación 98), tanto la inoperabilidad de los sistemas y cuerpos consultivos y participativos universitarios como las posturas represivas y opresivas de personas en posiciones de poder administrativo (algunos rectores y ciertos decanos como Aponte Toro), todos han sido claramente desenmascarados como los verdaderos culpables de la debacle de la Universidad. Decisiones honorables de estos rechazados personajes desprestigiados e impugnados deben suponer que abandonen sus posiciones y olviden sus rencillas que algunos han convertido en vendettas personales alimentadas por personalismos enfermizos. El jaque mate sugerido es inevitable, esperemos que acepten que han jugado en contra de los mejores intereses de la Universidad y el pueblo, y acepten su destino.

Me luce que hay poco deseo de venganzas y retribuciones entre los estudiantes aunque en ciertos episodios hay asuntos muy importantes pendientes de su momento de justicia. La responsabilidad vicaria asociada a la decisión de celebrar en condiciones tan adversas la asamblea de Mayaguez ha de pesar largamente sobre los que insistieron en dichas decisiones, el nombre de Natalia tal como el de Antonia en otra era, es y será inolvidable, es y será representativo de las luchas por los derechos de los estudiantes. Las violaciones crasas de derechos y los episodios de agresiones tampoco han de desaparecer sin sus procesos adjudicativos ya que los hechos constituyen en muchas instancias delitos muy serios. La opinión abrumadoramente mayoritaria tanto en Puerto Rico, en los Estados Unidos y hasta en foros internacionales es que los administradores de la Universidad han fracasado en su ejercicio obligatorio de prudencia y razonabilidad a un grado superlativo. Ha llegado el momento de terminar este proceso, aquellos que se beneficiaban del estado oneroso en que se condujeron los trabajos en la Universidad y aquellos que buscaban lucrarse de propuestas que se disfrazaban como medidas presupuestarias honestas, perdieron.

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