Roberto Clemente indudablemente para muchos uno de los mejores jugadores de béisbol de todos los tiempos, para muchos el más completo, y sin dudas uno de los jugadores más fogosos en una jugada que nos tenía acostumbrado: debido a su velocidad al correr y sus reflejos felinos, deslizándose en una jugada cerrada... Clemente corriendo las bases era un reto para los árbitros tanto como para los jugadores del equipo opositor...
Aprovecho esta imagen y su recuerdo refulgente para iniciar un tema tal vez inesperado en este marco.
Cuando el Senado estaba considerando la posibilidad de su candidatura para convertirse en Juez Presidente, John Roberts hizo unas declaraciones famosas al comparar el rol de un juez al de un árbitro, sólo canta las bolas y los 'strikes' como los ve, solo canta la jugada aunque sean cerradas.
En muchos aspectos, esa analogía es profundamente errónea. Las normas constitucionales no son en blanco y negro. Hay muchos tonos de gris y definir la zona de 'strike' e interpretar las normas no se trata de las jugadas claras.
Podemos decir que no es simplemente realista decir que los jueces pueden decidir cada caso aplicando mecánicamente un algoritmo rígido. Si pudieran, no los necesitamos en estos momentos en que una computadora le gana a un genio en tomas de decisiones de hechos y probablemente podríamos programar computadoras para hacer su trabajo.
Pero igual podemos decir de los árbitros capturados en el polvorín de un deslizamiento en el plato cuando de por medio se encuentra el destino de un partido, el receptor bola en mano, el jugador estirado para alejarse de ser tocado, jugada de apreciación, jugada de talento y honestidad del árbitro que comoquiera puede ser debatida por décadas y puesta en tela de juicio, ese trabajo dudamos que podamos confiarlo a una máquina.
Buen tema para pensar en el futuro de los procesos judiciales y los deportes competitivos, ¿no creen?
Pero hoy 28 de junio de 2012 ese rol de árbitro y juez se puso en primer plano. La analogía probó ser trascendental.
Los árbitros no deben importarle quien gana y los jueces tampoco debe importarle quién gane. Se suponen que aunque vengan de dónde vengan y lleguen cómo lleguen, ni los árbitros ni los jueces tengan equipos y puedan suprimir sus favoritismos al cantar la jugada cerrada.
El ideal de la neutralidad es un constructo frágil y susceptible, muchos estadounidenses creían, en Bush v. Gore que la decisión del Tribunal 5-4 para otorgar la presidencia a George W. Bush era más una cuestión de política que de ley. La decisión del Supremo en 2010 en Citizens United v. Federal Election Commission, para muchos confirmó la inexistencia de la neutralidad.
Pero hoy, el juez Roberts ha hecho mucho para reparar el enorme daño hecho a la reputación del sistema judicial.
Alexander Hamilton dijo que las cortes no tienen control sobre "la espada o el bolso; sin dirección de la fuerza o de la riqueza de la sociedad." Su único y verdadero poder es el poder de la razón y la persuasión, pero es el pueblo el juez definitivo y la historia es el foro apelativo del cual a la larga ningún juez se escapa. La legitimidad de sus decisiones es la postrera pública.
Cuando vemos como jueces republicanos como el, para mi, genial John Paul Stevens llegaron siendo jueces conservadores y auspiciados por su Partido para evolucionar hacia criterios independientes muchas veces en contraposición con los postulados ideológicos y políticos de quienes lo llevaron a ese puesto, vemos que el asunto del legado del juez se convierte en un factor rector. No es meramente hacer lo que me trajeron quieran que haga, es hacer lo que creo realmente que debo hacer.
La Justicia con jota mayúscula depende de esa legitimidad que otorga el pueblo y la historia, el buen árbitro comprometido a llegar a la decisión correcta independientemente de quién gana.
El magistrado imparcial debe ser aplaudido cuando defiende lo que interpreta en ley a pesar que muchos en su partido y muchos de los que comparten su ideología, no sólo profundamente les desagrade pero también realmente creen que es un error. Pero lo cierto es que a los jueces al igual que a los árbitros muy pocos los aplauden aunque los jugadores reconocen y estiman al juez justo y el árbitro imparcial es estimado y respetado.
La decisión judicial de hoy no habría sido posible sin el razonamiento del juez John Roberts, ha hecho mucho por restaurar y promover la legitimidad del sistema judicial. Esperemos que muchos otros sigan su ejemplo y recuerden que a la larga el juez es el enjuiciado.
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