lunes, 11 de enero de 2010
Zaoco- bailando el derecho a la identidad: Ballet Hispánico...
Se ha dicho que 'el baile es escultura en movimiento' (Sorell); nadie duda que la escultura sea una forma creativa representativa del quehacer cultural, propongo que el baile como universo de gestos, música y ritmo es un poema en movimiento de nuestra cultura...
nuestra cultura es quiénes somos y cómo somos, propongo que es un derecho humano natural e innegable ser quién eres, lo que eres y cómo eres, se trata de la identidad de un ser humano, de una familia, de un pueblo, de una raza y de la humanidad que en este sentido es el mar en el que todos las tributarias expresiones creativas se unen...
en nuestra enramada constitucional el derecho a la identidad se nutre del derecho a la dignidad y la igualdad, del derecho a la expresión y libre asamblea, del derecho al culto y del derecho a la vida, a la libertad y al disfrute de la propiedad siendo nuestras propiedades la intimidad, nuestros cuerpos, idioma y formas de amar...
en otras formas estatutarias encontramos el derecho a la identidad en el derecho a ser alguien con nombre y apellido, diferente e individual, en nuestro derecho a conocer de dónde venimos al mundo, de indagar sobre nuestras raíces y progenitores, de exigir lo que nos pertenece, e igual es identidad la que nos permite pactar nuestras voluntades o claramente plantear nuestras opiniones, gustos e ideas, es sobre las columnas de nuestra identidad que reclamamos la personalidad de ciudadano sin que nos la puedan suplantar, menospreciar o usurpar...
se define identidad como conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los caracterizan frente a los demás, como la conciencia que una persona tiene de ser ella misma y distinta a las demás y como el hecho de ser alguien o algo que se supone que seamos o buscamos ser...
es nuestro derecho a la cultura ese conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, y de vida, en nuestra época y sociedad... son nuestras playas que rasgan nuestra unión y unidad con el mar de todas las culturas de forma muy particular... son nuestros colores, cantos, sabores y maneras de rezar, cantar, reir y llorar...
es la identidad la flor colectiva de derechos relacionados con el arte y la cultura, entendidos en una amplia dimensión. Son los derechos de garantizar que las personas y las comunidades tengamos acceso a la educación y poder participar de lo que nos hace ser como somos y queremos ser, de tener luces que nos alumbren para ver nuestros caminos, canciones que abran nuestros sentidos y voces que nos expliquen las rutas que ha recorrido nuestro pueblo, para asegurar el disfrute de la vida en condiciones de igualdad, dignidad humana y sin discriminación injusta ni prejuicios. La identidad presupone derechos relativos a cuestiones como la lengua, la producción de expresiones creativas, a poseer recuerdos y memorias, en fin la participación plena en el patrimonio cultural del cual somos parte integral, actores y autores...
Como muestra poliforme y vibrante de las miles de sugerencias que inspira nuestra identidad he escogido estampas y cuadros del trabajo de un grupo de ballet localizado en Nueva York y que de maneras múltiples sintetiza, explora y descubre los horizontes amplios de nuestra gente hermanados en el calor de una raza de diferencias y diversidades...
Publico esta propuesta el día que conmemoramos al antillano Eugenio María de Hostos, feliz coincidencia porque como Martí, tuvo Hostos por patria la gran patria americana, “Nuestra América”, sin limitaciones de fronteras nacionales... Hostos nació en Puerto Rico, hijo de padres puertorriqueños y nieto de abuela dominicana y abuelo cubano, educado en España, sirvió en Nueva York a la Junta Revolucionaria, fue periodista en Brasil, Colombia, Perú, Chile y Argentina y se casó en Caracas con una cubana...
nació en el Caribe, consideró siempre a República Dominicana y a Cuba como el lugar de su propio nacimiento al igual que a Puerto Rico... sentía a todos los países como su propia patria... de sus raíces antillanas germinó un concepto integral de identidad cultural, eslabón fundamental del pensamiento filosófico que necesitamos cultivar y defender... (Información sobre Hostos favor ver en los comentaios.)
Propongo como exposición caleidoscópica esta alegoría alucinante de la identidad latinoamericana cuyos reflejos de matices son espejos danzantes de nuestra gente que destellan metales que riman, cuarzos sonoros y la cambiante irregularidad de nuestros contornos, imágenes de versos que bailan y voltean desde los extremos de nuestras pasiones cotidianas...
La naturalidad es el supremo rasgo de nuestra identidad, las líneas, texturas o trazos, las expresiones vivas de nuestras maneras, maderas y modos de ser...
Desde su inicio en 1970, los bailarines de 'Ballet Hispanico' han provocado a las audiencias por todo el mundo con su energía magnética y coreografía ecléctica. Fundado por Tina Ramírez y ahora dirigido por Eduardo Vilaro, sus 13 miembros realizan trabajos de coreógrafos de primera de nuestro tiempo así como los de artistas emergentes. Sus trabajos funden la danza latina con los elementos de formas clásicas y contemporáneas para crear una nueva esfera de la danza de concierto en la cual la teatralidad y la pasión propulsan cada movimiento. La compañía se ha presentado ante más de dos millones de personas en los Estados Unidos, Europa y Latinomérica con un repertorio de más de 100 trabajos, que abren el diálogo sobre la diáspora hispana en nuestro mundo contemporáneo.
http://www.ballethispanico.org/
Gracias a Marga Pabon por haberme sugerido estos visuales. Para ver nota de prensa reciente sobre Ballet Hispanico favor ver comentarios. ROF
Para ver una muestra en video:
http://www.youtube.com/watch?v=EaEPjnW54JQ&feature=fvsr
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11 comentarios:
Ballet Hispanico’s New Choreographic Talent, Juilliard’s Future Stars
By Deborah Jowitt
published: December 08, 2009
Next year, Ballet Hispanico will celebrate its 40th anniversary. Under the direction of Tina Ramirez, the company grew from a small group emphasizing a folkloric base into an ensemble of dazzlingly accomplished dancers with a variegated repertory that displays its Latin-American identity in ways both familiar (tango dance hall passions) and subtle, such as Andrea Miller’s brand new Nací.
The tiny, vibrant, redoubtable Ramirez retired at the end of last year’s New York season. The new artistic director, Eduardo Vilaro, danced with BH in the 1990s and founded the Chicago company Luna Negra in 1999. Although he only took over BH in August, the two new works and the New York premiere that debuted at the Joyce on Program A were his doing.
In Tríptico, Ron de Jesús, onetime Hubbard Street dancer, has created a sleek, sexy piece for three couples set to music by Oscar Hernandez. Pianist Hector Martignon and percussionists Jimmy Delgado and Tony Rosa build up some good-humored heat, with castanets providing additional crackle. Ryan O’Gara’s row of blue lights on the floor at the back and Anita Yavich’s costumes set up the atmosphere for elegant coupling. Min-Tzu Li, pressed into slow, sultry lifts by Rodney Hamilton, wears a sleeveless black tunic, split up the sides, with a web of black cords etched on her bare back.
The three couples engage in similar encounters that show off the women’s long, articulate legs, the men’s power, and the cool intensity of their relationships. De Jesús doesn’t delineate highly contrasting moods among the pas de deux for Li and Hamilton and those performed by Jessica Batten and Waldemar Quiñones-Villanueva, Marina Fabila and Nicholas Villeneuve. Later, all three men launch their partners into flying lifts and flips. There’s one strange moment early on when Li sort of crawls offstage by herself. I don’t think I’ll remember Tríptico forever, but it shows off the excellent dancers in a way that contrasts effectively to the carnivalesque solos in the restaging of Vicente Nebrada’s 1982 Batucada Fantastico.
Annabelle Lopez Ochoa’s Locked Up Laura (choreographed for BJM Danse in Montreal) riffs on a not uncommon ballet motif: the dance with a dead body—in this case, a drowsy body. The terrific Angelica Burgos begins prone on the floor beneath an apricot sky, unresponsive to the plucking of a guitar (taped music by Bart Rijnink), and the intermittent voice of a phantom stage manager counting down to performance time. When Jeffrey Hover—interestingly weird in this—attempts to drag her to her feet, she collapses back down; he flips her over and hauls her up by one leg. Finally balanced on pointe, she wakes up sufficiently to execute several perfect developpés, around the time that the voice is announcing, “Fifteen minutes, please.”
The piece is odd and a bit irrational (the stage manager calls Burgos to the stage when she’s already there), but not without charm. Mostly Burgos is either stiff or floppy, and she rejects the little skirt her patient partner puts on her. Oh, well, back to sleep.
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Asking Andrea Miller, the director of her own Gallim Dance, to make a work for BH was, to my mind, Vilaro’s boldest and smartest move. Miller is one of the most interesting young choreographers around, and the BH dancers—up for anything—do her proud in Nací. From the minute the curtain goes up, and you see eight figures silhouetted against the sky, you sense that this dance will not be about glamour or conventional virtuosity. The women’s short dresses are loosely cut, and the men are wearing baggy trousers and shirts with the sleeves rolled up. As Vincent Vigilante’s lighting begins warming up the stage, the dresses are revealed as floral prints; two of the three men (Hamilton, Hover, and Yesid Lopez) wear vests, and everyone is barefoot.
The score that Miller has put together includes the rich, percussive “Foni Tu Argile,” by the group A Hawk and A Hacksaw (it’s based on a Greek wedding song); a recorded interview in Spanish with a man who speaks of Spanish Jews and Jewish scholars; a ladino lullaby; and a song, “Nací en Alamo, by Tony Gatlif and an unnamed gypsy. Miller’s people travel the landscape of the stage in bent-over runs, their hands reaching out low to the ground, as if to glean what they can. Sometimes they walk with little steps, but more often you see them spraddled-legged. They gallop and galumph. Laboring, their bodies twist and jerk.
When Vanessa Valecillos dances by herself, hunched over at times, big shadows menace her from the backdrop. Hamilton watches her closely before joining her; so curious is their duet that she can seem sometimes his guardian, sometimes his slave. Little that happens is predictable except the powerful identity of this community. Hover and Lopez hold Jessica Alejandra Wyatt upside down in a pool of light, while she lip-synchs “Nací en Alamo,” the wail of a rootless wanderer, sung in a woman’s high scratchy voice. When she is released, still “singing,” the other women (Batten, Fabila, and Valecillos) open their mouths in silent screams. Miller rinses away any possible pathos or sentimental indulgences to present a raw poetry about survival.
Coincidentally, New York audiences could see another work by Miller for another group of dancers during Ballet Hispanico’s second week. The group in question consists of 24 first-year students in Juilliard’s Dance Division. Miller’s Uwnrap These Flowers is rife with the images of danger and death you might expect from the opening music: selections from Osvaldo Golijov’s chamber opera, Ainadamar, which tells of the loves and death of the poet Federico Garcia Lorca; the initial sweet interlude is interrupted by crashes and electronically musicalized gunfire. The rest of the music (by Tim Hecker, Black Dice, Benoit Pioulard, and others) hints in other ways at the perils of living, as does Nicole Pearce’s masterful lighting.
Miller skillfully manipulates her very large, very talented cast. You begin to see a world going askew when, during a peaceful dance for several male pairs, one man starts to run, holding his sagging partner under the armpits; the supported man keeps leaping low to the ground. A woman (Gillian Abbott) is thrown into the waiting arms of a cluster of people, then into another cluster, and another. When she finally stands alone, men take turns falling at her feet. Dancers begin to collapse, just after those who could catch them walk away, and you wonder if the catchers will make it back in time. People are dragged. A woman (Lilja Ruriksdottir) is made to walk in air by the two men who’ve lifted her and move her feet. In the end, Abbott stands over a man’s fallen body (Joseph Chaikin), while Ruriksdottir, held up again, looks down on the scene like an impassive angel.
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Each of the four premieres that make up the New Dances/Edition 2009 program features an entire Dance Division class, and it’s fascinating to see how the four choreographers handle their large casts. Handed 21 third-year students for his Megalopolis, Larry Keigwin breaks them into squads of varying sizes—twos, threes, fives, tens, etc. The principal music, Steve Reich’s Sextet—Six Marimbas, with its shifting, accumulating, overlapping patterns, engenders a variety of snappy little parades that enter the stage, cross it on various paths and disappear; usually three or more are visible at any time. They’re not doing fancy steps, but every foot pattern has a spunky energy, as well as a seductive edge that hints at fashion runways. The opening—a crisp, side-by-side duet for William Barry and Zachary Tang—also prepares us for an atmosphere of club-kid daring reined in by scrupulous form. In perfect synch, they wiggle their hips, corkscrew their torsos, crank their right arms.
There’s more than a hint of mischief under the precision and the slightly chill atmosphere created by Pearce’s standing white neon tubes that flank the stage and guard the back. Reich’s rippling percussion gives way for a while to excerpts from two pieces by M.I.A. And Fritz Masten’s trim, terrific, subtly diverse costumes look like what you might wear to an extraterrestrial rave. Several performers are in all-silver outfits; others stride and strut in silver-trimmed black. Twice—once at the very end—Barry crosses the stage carrying on wildly with a hand-held neon strip. Every now and then, one of the dancers gives us the eye. “Yes yells someone from the audience, almost before the lights go out. I’d agree.
French choreographer Fabien Prioville manages the large-cast issue by setting out a row of chairs at the rear and sides of the stage, and Aszure Barton makes use of a low, simulated corral fence along the back. In Prioville’s Un Dernier Verre (A Last Drink), dancers not otherwise occupied hang out on the chairs and gossip in undertones. They also sit at the front of the stage and interlock their legs in a human chain to perform a clever sequence of repetitive unison gestures. In Barton’s Happy Little Things (Waiting On a Gruff Cloud of Wanting), her performers initially base themselves on the rail for a kind of cowboy chorus in which everyone has a slightly different series of precise but lusty moves.
Prioville’s piece for second-year students was inspired by Ettore Scola, Le Bal (The Ball), a film without dialogue that took place in a ballroom. Prioville was a member of the late Pina Bausch’s Tanztheater Wuppertal from 1999 to 2006, and Un Dernier Verre can be considered as an homage to her. His tale of a girl who, at her birthday party, feels increasingly isolated, makes use of many Bauschian strategies and images. What sounds like a Bach cantata begins to play, as a white-jacketed hotel employee (alumnus Paul Whitthorne) finishes fastidiously removing and folding the remaining white cloths that cover the ballroom chairs. After a while, Hannah Wright walks in, all dolled up in a fluffy pink dress, to await the guests. Time passes.
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Various pop selections are heard.
When they arrive, full of jollity, bearing an elaborate birthday cake, they fawn over her, but almost immediately attend to their own business. She speaks about her birthday, what she hoped for, how alone she feels. The attention she finally gets may not be what she had in mind.Whitthorne sits her in a swing, and one by one, the men break off their idle chatter or slow-dancing with their partners and line up to take a lipstick from her limp hand and improve on her makeup. Unlike in a similar scene in a Bausch work, they pretty much stick to the outlines of her mouth.
Bausch also often used an inert woman motif. When all the women are laid out in the floor, Spencer Dickhaus desperately tries to get Wright, and then another woman and another, to remember something they did together. The women remain inert. In the end, partners freeze in various poses, one by one. Meanwhile Wright, whose swing ropes have been twisted by Whitthorne, untwists herself, spinning and spinning. The lights go out.
If Prioville challenged the Juilliard kids in a theatrical style that requires a certain amount of improvisation, Barton churned up some smart, lively dancing for the class graduating in 2010. She set us up for her vision of the West by having a cowboy saunter down the aisle of the theater while a husky voice (Bill Frissell) twined around “Careless Love” and sit to the side throughout the piece. Costumed by Masten in shirts, pants, and vests in shades of brown, the 20 dancers, with smoke initially swirling over their heads, engage in a number of activities (at one point, led by one person holding a flashlight, some of them simulate a train crossing the plains). On all fours in a square, a bunch of them regard a soloist as if they were a peaceful herd contemplating a show-off roper.
The movement Barton devises is bold and quirky; sometimes dancers just shoot up into a jump. And the whole piece has a mysterious sense of yearning. At the end, Norbert De La Cruz performs—wonderfully—a long, robust solo while two cast members watch and the others form a sculptural clump. The music, at this point, is, I believe, by Bella Fleck and Edgar Meyer. Suddenly the lone dancer races to the clump and scales it. Cowboy on a lonesome mountaintop. Then he falls backward into oblivion.
The four well-chosen choreographers show off in diverse ways Juilliard’s cadre of extremely gifted students—their increasingly polished skills and their openness to a variety of styles and viewpoints on dance. Just wait till they graduate!
http://www.villagevoice.com/content/printVersion/1542921
HERMOSO !!! en todos los sentidos !
Tremendo te quedó! Esa info fue un link que posteó Pablo Nieves Nieves- el Bucanero Mayor...pero para eso estamos, pa' regar info positiva e importante.
Celebremos su recuerdo. Eso es así. Quien lo diría, en el resto de nuestra América lo veneran y aquí, hay algunos que no saben quien es el.
Obra de Hostos. En Chile profundizó en sus ideas educativas y en la instrucción de la mujer; allí publicó el Juicio crítico de Hamlet. Fue miembro de la Academia de Bellas Letras de Santiago. En Argentina propició la construcción del ferrocarril trasandino. La primera locomotora que cruzó los Andes se llamó Hostos en su honor. Publicó artículos en el Diario "La Nación". En Brasil se dedicó a escribir sobre la exuberancia de la naturaleza en esta zona.
En 1874 dirigió con el escritor cubano Enrique Piñeyro la América Ilustrada. En 1875 regresó a las Antillas, a la única isla libre, la República Dominicana; y en Puerto Plata, Santo Domingo, dirigió Las Tres Antillas. Fue nombrado Director de la Escuela Normal y fue profesor de Derecho y de Economía Política en el Instituto Profesional.
En 1889 fue a Chile, donde ejerció tareas docentes, fue Director del Liceo de Chillán y del Liceo Amunástegui de Santiago. Allí realizó varias publicaciones y estudios pedagógicos, literarios y políticos. Al estallar en 1898 nuevamente la guerra en Cuba, regresó a Puerto Rico para luchar por la libertad. En 1900 se radica una vez más en Santo Domingo, donde fue designado Director General de Enseñanza Normal. Falleció en Santo Domingo el 11 de agosto de 1903 donde permanecen con gran respeto sus restos.
La obra literaria de Hostos ha sido recogida en veinte volúmenes en una edición de sus Obras completas (1940). En sus obras se recogen diversas materias como política, pedagogía, sociología, moral, derecho, crítica, biografía, lógica, psicología, ética y literatura. De ésta merecen destacarse: La peregrinación de Bayoán (1863); Las doctrinas y los hombres (1866); El día de América; Ayacucho (1870); El cholo (1870); La educación científica de la mujer (1873); Hamlet, ensayo crítico (1874); Lecciones de derecho constitucional; Santo Domingo: Cuna de América (1887); Moral social (1888); Geografía evolutiva (1895); Meditando; y Tratado de Sociología (1903).
Al ocurrir en Puerto Rico el cambio de soberanía de 1898 luchó porque el gobierno de Estados Unidos permitiera al pueblo de Puerto Rico el derecho de decidir por sí mismo su suerte política bajo la forma de un plebiscito. Este fue el objetivo principal de la Liga de Patriotas que fundó para esta época. Esta organización conllevaba también propósitos pedagógicos, culturales y cívicos. Como gestión de esta Liga, en 1899, una comisión compuesta por Hostos, Zeno Gandía y Henna fueron a Washington a exponer las necesidades del país e hicieron peticiones para remediar las mismas. Se entrevistaron con el presidente McKinley. Luego, al regresar a Puerto Rico, Hostos presentó a la Comisión Civil Americana los fundamentos del gobierno civil que recomendaba para la isla.
Al poco tiempo pudo comprender el fracso de la Liga de Patriotas ya que el pueblo no respondía en forma unánime a sus objetivos. Decepcionado retorna a Santo Domingo donde eventualmente muere.
Todo sea por el balance. Hay unas fotos bellísimas. Gracias.
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