miércoles, 16 de enero de 2008

Los peligros del espectador.


‘La vida es muy peligrosa. No por las personas que hacen el mal, sino por las que se sientan a ver lo que pasa.’ -

Alberto Einstein(1879-1955)

Okay, llevo varias semanas y no pocas horas pensando escribir algo. Perdonen pero no puedo dejar de pensar en lo inevitable que es pensar en lo evitable y a su vez, lo evitable que es poder pensar en lo inevitable. Para ilustrar mis ideas he recurrido a un ejercicio creativo y muchos pensarán que he tratado de transformar el darle vuelta a la noria en una expresión literaria, quizás es verdad, veamos.

Los Estados Unidos asumieron la hegemonía de la civilización occidental inmediatamente después de bombardear Japón con armas atómicas los días 6 y 9 de agosto de 1945. Los científicos crearon esas armas. Mediante ese acto, los científicos cambiaron el mundo por siempre… La ciencia es potencialmente mortal porque, en muchos casos, no sirve el bienestar de ciudadanos. En lugar, es subsidiaria a la guerra; aprovisiona de combustible un sistema médico basado en drogas no necesariamente en curas; apoya una agricultura industrializada de toxinas."

Cuando uno piensa en la guerra fría y en la tensión constante en que vivimos durante esa era y en la amenaza de una catástrofe nuclear, parece algo muy lejano. Hoy ante lo cercano de lo que puede interpretarse como una posible catástrofe social puertorriqueña he optado por alejarme por un momento de la cercanía del árbol, a ver si logro contemplar el bosque. En mi digresión creativa los invito a que repasemos algunos pasajes históricos referentes a la época en que pusimos al planeta en jaque, mi objetivo, al final es que podamos interpolar alguna conclusión válida y relevante.

Einstein fue un militante por la paz como lo demuestran los distintos eventos en los que participó para impulsarla. Fue miembro de una organización denominada Internacional de Resistencia a la Guerra y Participó en la Conferencia contra el Desarme, organizada por la Sociedad de Naciones, que tuvo lugar en Ginebra en 1932. Apoyó directamente el Congreso Mundial contra la Guerra, en agosto de 1932.

Sin embargo el 30 de enero de 1933, Hitler es nombrado canciller de Alemania. Einstein, su casa cerca de Berlín, es asaltada y rodeada. Frente a estos hechos, Einstein cambia radicalmente de opinión: He de confesar que la época no me parece propicia para seguir defendiendo algunas proposiciones del movimiento pacifista radical.Es objeto de fuertes críticas como consecuencia de su cambio de posición: “Me parece indudable que Einstein, un verdadero genio en el terreno científico es un hombre débil, inconsistente e indefenso fuera de él. decía Romain Rolland.

Lo cierto es que en 1939, Einstein escribe una carta a Roosevelt, con la finalidad de pedirle un mayor apoyo en la investigación sobre las reacciones en cadena y, por tanto, en la creación de la bomba nuclear. La fabricación de este tipo de armas supondría tomar la delantera ante la fuerza política de Hitler y, por tanto, mantener un estado de seguridad ante Hitler, según Einstein. Además, orientaba al presidente sobre las principales reservas de uranio, material principal para la fabricación de la bomba. Einstein no participó activamente en la producción de la misma. Roosevelt contestó a Einstein dándole las gracias. Su carta, sin dudas fue un gran impulso para las investigaciones y la fabricación de la bomba atómica que se llevó a cabo con el Proyecto Manhattan, bajo la dirección del físico Oppenheimer ya de por si una contradicción.

“Cuando recibió la inquietante carta de su amigo Haakon Chevalier, hacía apenas meses que el doctor J. Robert Oppenheimer había comenzado a recuperarse. Llevaba casi una década expulsado del poder, convertido en una víctima emblemática de la histeria macartista. Por fin el gobierno de los Estados Unidos lo labia reivindicado al premiarlo con la Medalla Enrico Ferrni. Y entonces, apenas meses después, Oppenheimer recibió la escueta página de Chevalier. Con fecha del 23 de julio de 1964, el escritor y ex profesor le literatura en Berkeley le contaba que sentía la urgencia le publicar la verdad sobre la relación que los había unido: "El motivo por el cual te escribo es que una parte importante de la historia concierne a nuestra participación en la misma unidad del PC (Partido Comunista) desde 1938 a 1942. Me gustaría tratar el tema en la perspectiva correcta, contando los hechos tal como los recuerdo. Dado que se trata de una de las cosas de tu vida que, en mi opinión, te hacen sentir como mínimo avergonzado; y dado que tu compromiso, testimoniado entre otros elementos por tus Informes para nuestros colegas, cuya lectura impresiona incluso hoy, fue profundo ¿y genuino, considero que sería una grave omisión negarle su debida prominencia”.

La furia y el miedo paralizaron a Oppenheimer. En 1954, sacándole al sol su red de afectos de izquierda -esposa, hermano, cuñada, discípulos, amigos y hasta ex novia-, había reconocido sus mentiras en un interrogatorio por supuesto espionaje. Lo había hecho para proteger a Chevalier.

"Querido Haakon -le contestó el 7 de agosto: Me alegra que me hayas escrito. Me preguntas si tengo alguna objeción. Claro que sí. Me sorprende lo que dices acerca de ti.Y lo que dices acerca de mí no es cierto en un punto. Nunca fui miembro del Partido Comunista y en consecuencia nunca integré una unidad del Partido Comunista. Yo, por cierto, siempre lo supe. Creí que tú también lo sabías.” …Chevalier nunca dio a conocer el asunto de la célula comunista y en su libro sobre los buenos viejos tiempos en Berkeley (Oppenheimer: la historia de una amistad) hizo apenas una elíptica referencia a un grupo de discusión política.

Gregg Herken, historiador de The Smithonian Instítute, exhumó la carta y publicó en los Estados Unidos Brotherhood of the Bomb (La hermandad de la bomba), donde afirma que Oppenheimer perteneció al PC en un grupo secreto que funcionaba en la Universidad de California, destinado a fijar políticas de acción y escribir panfletos. Según Herken, Oppenheimer fue leal a su país y nunca espió para la Unión Soviética, pero ocultó sus simpatías políticas por ambición -la suya y sobre todo la de su mujer, Kitty, quien impulsó su carrera con más fuerza que él mismo, ya que un pasado rojo podría haberle vetado la dirección del laboratorio de Los Álamos, Nuevo México, donde se desarrolló el proyecto Manhattan que terminó la Segunda Guerra Mundial con las bombas de Hiroshima y Nagasaki.”

Ante las bombas en Hiroshima y Nagasaki, Einstein volvió a su postura de militante activo por la paz. Fue presidente de la Comisión de Emergencia de Científicos Atómicos, y participó, en 1945, con Oppenheimer, en un programa de televisión, para protestar por la decisión del presidente Truman de fabricar la bomba de hidrógeno.

Firmó, en 1955, el manifiesto pacifista denominado Manifiesto Russell-Einstein, escrito por el filósofo Bertrand Russell. A este documento regresaré brevemente al final pero antes veamos recuentos de capítulos tristemente cómicos en los que hombres cegados por delirios de confrontaciones inevitables estuvieron tan cerca de iniciar lo que pudo haber sido un capítulo final de nuestra historia. Veremos como repetidamente lo supuestamente inevitable resultó ser ciertamente evitable.

Cómo se evitó la III Guerra Mundial

LONDRES.- El general húngaro Bela Kiraly, elegido comandante de la Guardia Nacional (antisoviética) que actuó en el levantamiento húngaro de 1956, afirma haber evitado seguramente una III Guerra Mundial al desoír la invitación de un periodista estadounidense para que pidiera ayuda militar a Occidente, informa Efe.

Kiraly ha sido entrevistado por el semanario británico The Spectator con motivo del 50º aniversario de la revolución húngara. A sus 94 años, recuerda que el periodista le dijo: «General, si usted hace una declaración invitando a Occidente a ayudarle con las armas, mañana será portada del The New York Times».

El general trató entonces de esquivar la proposición e invitó al reportero a que contactara con Imre Nagy, primer ministro húngaro y líder de la revolución. Finalmente, Kiraly dio una respuesta negativa al periodista. «Yo le dije: 'Creo que si Occidente envía ayuda militar, habrá guerra. Y en una guerra no descarto que se emplee el arma atómica, en cuyo caso seremos los primeros en evaporarnos. Y para eso no hacemos una revolución'», recordaba el ex militar.

Los soviéticos, que calificaron la invasión con la que aplastaron la revolución como un acto de ayuda, trataron de enviarle a Siberia, pero Kiraly y 26 de sus hombres lograron escapar del tren que los transportaba.

http://www.wagingpeace.org/articles/2005/08/00_krieger_hiroshima-america-humanity_espanol.htm

La “maldición” del submarino que evitó la Tercera Guerra Mundial

(EFE) - El ex presidente de la URSS Mijaíl Gorbachov propuso nominar para el premio Nobel de la Paz-2006 a la tripulación del legendario submarino soviético K-19, que en 1961 salvó al mundo de una catástrofe nuclear y de una eventual guerra atómica.

El artífice de la "perestroika", la política de apertura en la extinta Unión Soviética, de la que fue primer y último presidente, formuló su iniciativa en una carta oficial al Comité de Premios Nobel que difundió hoy la Fundación Gorbachov.

La propuesta de Gorbachov, él mismo Nobel de la Paz de 1990, alude a un episodio casi ignoto de la Guerra Fría que casi terminó en un cataclismo como Chernóbil, pero que…se conoció mundialmente gracias a la película "K-19, The Widowmaker" de Kathryn Bigelow, protagonizada por Harrison Ford y Liam Neeson.

Más conocido popularmente como "Hiroshima" por su larga lista de desgracias y por haber estado al borde de una tragedia nuclear, el K-19 fue el primer submarino atómico soviético armado con misiles.

Durante la construcción del K-19 murieron varios obreros, en la botadura no se rompió la tradicional botella de champán, señal de mala suerte, y su primera misión se adelantó para no quedar detrás militarmente de Estados Unidos.

Pero en el viaje falló el sistema de refrigeración del reactor y la temperatura subió a más de mil grados, con peligro extremo de un cataclismo nuclear que se evitó gracias al sacrificio de los nueve tripulantes que se sometieron a radiaciones brutales.

Tras la operación de improvisar un circuito refrigerante, sólo uno de los héroes sobrevivió, con quemaduras brutales, y narró la peripecia en 1991, al desintegrarse el imperio comunista…"Gracias al valor de estos heroicos marineros, se evitó una explosión térmica del reactor nuclear y la consiguiente catástrofe ecológica" en las aguas del mar de Noruega, en el océano Glacial Ártico, donde ocurrió el accidente, señaló Gorbachov…"La explosión en el submarino K-19 podía haber sido interpretada como una provocación militar por parte de la URSS y un intento de asestar un golpe nuclear contra las costas de Norteamérica", indicó Gorbachov…"Nadie de la tripulación de Zatéyev fue condecorado por el Estado, y después se supo que los marineros, que morían a causa de la terrible enfermedad, eran enterrados en secreto, de noche, en ataúdes especiales de plomo, y sin avisar siquiera a sus familiares ni revelarles el lugar del entierro", escribió Gorbachov…

"Todos estos hombres, que se hallaban aquella mañana a bordo del submarino y cumplían su trabajo, merecen que la comunidad mundial los reconozca como personas que hicieron, cada uno en su lugar, todo lo posible para salvar la paz en el mundo", manifestó.

http://www.infobae.com/notas/nota.php?Idx=236124&IdxSeccion=100804

El día que Kennedy y Kruschev acordaron el final de la crisis de los misiles, el mundo respiró tranquilo. Pero el héroe anónimo de aquella «batalla» no ha pasado a la Historia. Nikolai Shumkov, capitán de uno de los submarinos que la URSS envió a Cuba para romper el bloqueo de EEUU, evitó la tercera guerra mundial cuando decidió no atacar a los destructores norteamericanos que lo acorralaban. Al regresar a la URSS le recriminaron por ello.

El 14 de octubre de 1962, hace 40 años, un avión espía estadounidense detectaba la presencia de misiles nucleares rusos en Cuba. En los 13 días que siguieron, conocidos como la crisis de los misiles, la suerte de la Humanidad pendió de un hilo. Poco faltó para que se desencadenara la tercera guerra mundial y la primera termonuclear. Mientras el entonces presidente de EEUU, John F. Kennedy, ordenaba un bloqueo naval a Cuba para evitar la llegada de nuevos cohetes atómicos y pedía a la URSS la inmediata retirada de las armas de la isla, el mando soviético enviaba cuatro submarinos con motor diesel provistos de torpedos con carga atómica en dirección a Cuba. Los B-4, B-36, B-59 y B-130, bajo el mando del capitán Vitali Agafonov, iban en misión secreta para romper el bloqueo y dejar vía libre a los navíos soviéticos que se dirigían a la isla. Antes de partir, según relata Yurik Kietov, capitán del B-4, el jefe del Estado Mayor de la Flota, el almirante Rasojo les dijo: «Chicos, apunten en sus cuadernos: utilicen el armamento especial sólo en los siguientes casos: 1º, cuando les bombardeen y agujereen su casco. 2º, cuando se levanten a superficie, les disparen y, de nuevo, le abran un agujero en el casco. Y 3º, por orden directa de Moscú».

Llevarlos hasta Cuba fue como trasladar pingüinos a vivir a África. Ningún submarino soviético había removido antes con sus hélices las profundidades del Triángulo de las Bermudas o surcado el mar de los Sargazos plagado de misteriosas leyendas. El servicio de espionaje militar ruso no sabía qué trampas de defensa antisubmarina había preparado EEUU. Ni cuántos barcos iba a lanzar el Pentágono en su búsqueda. «Los antiguos navegantes», comenta Agafonov, «pensaban que el mar de los Sargazos era intransitable a causa de las algas gigantescas que se aferraban a la panza barco. Los norteamericanos hicieron este mito realidad cuando cablearon el fondo del mar para detectarnos».

El destino de todo el planeta parecía estar en manos de John Kennedy y Nikita Kruschev, los hombres que podían ordenar el golpe atómico. Pero hubo una tercera persona, desconocida por todos, que también evitó la tercera guerra mundial: Nikolai Alexandrovich Shumkov, capitán del B-130. En el tránsito de los submarinos rusos bajo el mar de los Sargazos, vigilados por los norteamericanos, el B-130 protagonizó el episodio más peligroso de la crisis de los misiles.

«Cuando recibí de Moscú la orden "pasar al régimen de comunicación ininterrumpida" comprendí que no faltaban horas, sino minutos para el comienzo de una guerra termonuclear», relata Nikolai Shumkov, capitán del B-130. «El régimen de comunicación ininterrumpida significaba que de un momento a otro podía llegar la orden de usar el armamento nuclear contra los barcos enemigos, las fragatas y destructores que maniobraban directamente sobre nuestras cabezas. El objetivo principal, el barco Essex, portador de helicópteros, tampoco estaba lejos, dentro de los límites de alcance del torpedo. El régimen ininterrumpido significa que el submarino debe estar constantemente con la antena y periscopio sobre el agua. Y eso, en las aguas cristalinas del mar de los Sargazos, donde había un montón de barcos norteamericanos que no dejarían escapar la oportunidad de pasar casualmente por encima de nuestro periscopio cuando vieran la espuma blanca a su alrededor. Pero una orden es una orden y yo me mantenía a una profundidad de 12 metros cortando las olas con la antena y con ambos periscopios, el del capitán y el antiaéreo».

En esta situación, el radiocomunicador del B-130 interceptó un mensaje estadounidense que inmediatamente llegó a manos de Shumkov: «Capitán, el avión Neptun ha partido de la base aérea Roosevelt con la orden de tener listo el armamento para darle uso». Al capitán Shumkov le entró un sudor frío. Decidió esperar la llegada del avión que supuestamente iba a atacar y ordenó emerger a la superficie. «Los norteamericanos detectaron nuestro submarino», continúa Shumkov. «Y sus barcos se acercaron con clara intención de embestirnos. Nos salvaron los 20 metros de profundidad que ganamos en los 40 segundos que tardó el barco en llegar. Teníamos el ruido de sus hélices sobre nuestras cabezas. Si hubieran destruido nuestro submarino, el fondo del mar, a cinco kilómetros de profundidad, hubiera sido un lugar seguro para ocultar la fosa común de 75 marinos. El barco podría haber desaparecido en el Triángulo de las Bermudas sin dejar rastro, como desapareció el S-80 en el mar de Barents o el portador de misiles K-129 en la región de las islas Hawai».

Fuera del submarino detonaban ya las bombas de profundidad. Explosión a la derecha y a la izquierda Shumkov recordaba bien la orden del jefe del Estado Mayor de la Flota del Norte: «Usar el armamento sólo si Moscú lo ordena. Pero si te golpean en la mejilla derecha, no pongas la otra». La siguiente explosión fue tan fuerte que se apagaron las luces del techo.

-¡Capitán!, explosión en la parte de proa, informó el jefe del primer sector.
- Nos bombardean, verificó alguien.

Conectamos la luz de avería. Yo sentía sobre mí una multitud de miradas que me impedían concentrarme. Y entonces se me ocurrió: "Esto no es un bombardeo. Los norteamericanos lanzan al agua las granadas de señal. Tres explosiones por el código internacional es la orden de subir a superficie inmediatamente". Con mi torpedo nuclear podría haber aniquilado al portaaviones norteamericano, ¿pero qué habría pasado después con la URSS, con EEUU, con todo el mundo?

Mi submarino descendía muy rápidamente. La tercera granada cayó directamente sobre el casco y su explosión paralizó los timones de seguridad. El medidor de profundidad marcaba 160 metros. Hasta el fondo del mar había 5,5 kilómetros.

-¡Capitán! ¡Vía de agua en el sexto!, gritaron del sector.

Allí estaban los electromotores. Verter sobre ellos agua salada era lo mismo que echar gasolina sobre unos rescoldos. Sólo nos faltaba un incendio para completar todas nuestras desgracias.«Dios nos salve y guarde», afloró el rezó de mi abuela cosaca de Siberia

-¡Capitán! Vía de agua liquidada.

De mi frente desapareció el sudor frío, y eso bajo un calor de 40 grados. El cuerpo del submarino resonaba como si le golpearan con látigo debido al impulso de los radares acústicos estadounidenses Los destructores norteamericanos nos tenían encajonados. Yo trataba de escapar: a la derecha, a la izquierda, cambiaba la profundidad. En vano. Los norteamericanos tienen una electrónica perfecta. En esto llegó al puesto central el alférez de navío de radioespionaje.

-Camarada capitán. Pido perdón. Hubo un error. El radiotelegrama interceptado [norteamericano] no decía preparar el armamento, sino los aparatos de búsqueda.

…Lejos de respirar aliviado los problemas continuaron. Se había agotado la batería y sin el motor del movimiento económico no sería posible mantener el submarino en la profundidad. Comenzaría a hundirse. ¿Subir? Miré las caras oscuras sin afeitar de mi gente. Llevaban cuatro días sin respirar aire, sólo el terrible aerosol de los vapores, de la acidez, y de otros gases de acumuladores.

-Todos a sus puestos. Subimos.

Por seguridad, un submarino sólo puede emerger en horas nocturnas y yo, en contra de las instrucciones, me disponía a hacerlo al amanecer. ¿Por qué? En la oscuridad, los norteamericanos podrían fácilmente ocultar un golpe contra el submarino. De día, quizás no. Lo primero que vi al subir fue el destructor Berry (con el número de abordo DD933). Se dirigió directamente hacia nosotros. No podíamos movernos ni desviarnos. A 30 metros del submarino, el barco se desvió bruscamente y una ola nos cubrió. Inmediatamente contacté por señales con los norteamericanos: «Ordene al capitán del destructor número DD933 que termine con la gamberrada».

El Berry se paró a 50 metros. Yo estaba sobre el submarino y pude ver perfectamente a su capitán, pelirrojo, con la camisa blanca bien planchada y la pipa en mano. No muy lejos de él, un marino negro nos mostraba el lanzagranadas de proa. Los destructores inmediatamente nos cercaron. Sobre sus cubiertas, los marinos norteamericanos comían palomitas observaban a los hombres semidesnudos de color azul que, con ansiedad, tragaban el aire fresco. Saliendo de sus camarotes con aire acondicionado, ¿cómo podían imaginar el infierno en el que dormían los míos?

A Moscú llegó un radiotelegrama cifrado: «He sido obligado a emerger rodeado por cuatro destructores de los EEUU. Tengo el diesel inactivo y las baterías completamente descargadas. Trato de reparar un motor. Espero sus órdenes. El capitán del B-130».Los telegrafistas tuvieron que enviar el mensaje 17 veces porque los norteamericanos saboteaban el canal con interferencias. Moscú tardó seis horas en conocer la desgracia del B-130

Nos ordenaron dar media vuelta y acudir a un punto de encuentro con un remolcador. Los norteamericanos nos acompañaron hasta el meridiano 60, que Kennedy había definido como la línea para despachar a los submarinos soviéticos. Desde el Berry nos hicieron señales semafóricas, no sabemos por qué en ucraniano: «¡dopovachennia!» [hasta la vista]. La Guerra Fría sólo acababa de empezar.

A Poliarni llegaron en víspera de Año Nuevo. Los recibieron sin alegría. Lo cuenta el capitán Kietov: «Los mariscales del Ministerio de Defensa y los líderes del comité central del PCUS no entendían por qué los submarinos habían emergido. A los capitanes nos invitaron a aclararlo ante el primer viceministro de Defensa, el mariscal Andrei Grechko. Las preguntas que nos hacían eran a cada cual más sorprendente. Cuando Shumkov explicó que tuvo que salir para cargar las baterías, le replicaron: "¿Cómo que cargar? ¿Qué baterías?"».

-¿A qué distancia de usted estuvieron los barcos norteamericanos?

-A 50 metros.

-¿Qué? ¿Y por qué no dispararon?, preguntaba irritado Grechko.

-No recibimos la orden.

-¿Y no pudieron tomar la decisión?

Explicamos una vez más que navegamos a Cuba en submarinos diesel y no en nucleares. «¿Cómo?, ¿no eran atómicos?», gritó el mariscal. Se quitó las gafas, golpeó la mesa y los cristales salieron disparados en todas direcciones. La jefatura político-militar pensaba que al Caribe habían sido enviados submarinos atómicos. Más tarde supe que, antes que a nosotros, como avanzadilla, habían enviado uno que tuvo que regresar tras sufrir una grave avería en su reactor. Los funcionarios decidieron no informar a Kruschev sobre qué naves habían sido enviadas a Cuba.

Gracias a que Agafonov y sus capitanes no atacaron a los norteamericanos, el mundo escapó de un Apocalipsis nuclear. Comentan que en su círculo íntimo Grechko declaró: «Yo no habría emergido».

http://www.elsnorkel.com/web/article_read.asp?item=460

sucedió a las 00:14 horas del 26 de septiembre de 1983 en Moscú (hora local).

En aquel momento un satélite soviético dio la alarma: un misil balístico intercontinental americano se había lanzado desde la base de Malmstrom (Montana) y en 20 minutos alcanzaría la URSS.

El centro de mando de la inteligencia militar soviética desde donde se coordinaba la defensa aeroespacial rusa estaba en el búnker Serpukhov-15. Al cargo del mismo estaba Stanislav Petrov, teniente coronel del ejército soviético. Su misión era verificar y alertar de cualquier ataque a sus superiores, con lo que se iniciaría el proceso para contraatacar con armamento nuclear a los EEUU. Pensad que estábamos en plena Guerra Fría.

Petrov pensó que debía tratarse de un error porque no tenía sentido que los americanos atacaran con un único misil pero más tarde los ordenadores indicaron que cuatro misiles más se dirigían hacia Rusia.

Petrov volvió a pensar que los ordenadores podían equivocarse y que seguía siendo raro que sólo fueran cinco misiles cuando EEUU tenía cientos. Decidió esperar desobedeciendo el estricto protocolo.

Pasaron los minutos y no se vio tal destrucción. Finalmente se descubrió que era una falsa alarma causada por una rara conjunción astronómica lo que despistó al satélite.

Cuando le preguntaron por qué no había dado la alerta, contestó simplemente: “La gente no empieza una guerra nuclear con sólo cinco misiles”. Su superior le dijo que sería homenajeado por evitar la catástrofe.

Pero no fue así. Este incidente avergonzó a altos cargos soviéticos y consideraron que el teniente coronel Petrov se equivocó en su decisión, por lo que le retiraron del ejército. Hoy Stanislav Petrov vive solo en un pequeño apartamento en Friasino a 40 km de Moscú...Pasados más 20 años sigue afirmando que no hizo nada extraordinario, que simplemente hizo bien su trabajo y que no se considera un héroe.

http://www.historiasdelaciencia.com

Muchos de los científicos inclusive aquellos que crearon las armas nucleares en el Proyecto Manhattan pensaron que no deberían ser utilizadas en poblaciones humanas. ¿Por qué y a beneficio de quiénes desatar una destrucción que equivaldría a posiblemente dañar en proporciones inimaginables la vida en la Tierra?

Hiroshima marcó el principio de la locura colectiva, que mediante las historias citadas he demostrado, que una y otra vez fue una tragedia de equívocos que repetidamente puso la balanza del futuro de la humanidad en precario. Una y otra vez se demostraba lo evitable de lo inevitable. Sintetiza en una oración el filosofo: “Hacemos este llamado como seres humanos: Recuerden su condición humana y olviden lo demás.” -Manifiesto Russell-Einstein, firmantes: Max Born, Perry W. Bridgman, Albert Einstein, Leopold Infeld, Frederic Joliot-Curie, Herman J. Muller, Linus Pauling, Cecil F. Powell, Joseph Rotblat, Bertrand Russell, y, Hideki Yukawa.

Hoy sobre Puerto Rico se cierne un peligro ciertamente no nuclear pero que igualmente de cierto ha de cercenar la vida de miles de puertorriqueños. Aparenta ser inevitable, presumo yo que igualmente es evitable. El último sobreviviente de los suscriptores originales del Manifiesto Russell-Einstein ha dicho y cito: La naturaleza es tan inmensamente rica en su infinita variedad que nada debe ser excluido. En forma similar, cualquier cosa puede pasar. Aun sucesos que parezcan fuera de este mundo pueden ser realizados si hacemos y ponemos un gran esfuerzo y fe en ello”. -Un mundo sin guerra. Joseph Rotblat, Premio Nóbel de la Paz 1995. Ciencia, Tecnología y Sustentabilidad. El Escorial, julio 2004

Sobre la mesa, y a esto es que he querido llegar, está la pregunta, ¿podemos evitar lo inevitable?, y parafraseando las últimas dos citas: si hacemos y ponemos un gran esfuerzo y fe, ¿podremos recordar nuestra condición humana y olvidar lo demás? Nada debe ser excluido en la búsqueda de una solución aceptable, eso todos lo debemos saber y exigir a todos. Einstein, Oppenheimer, Bela Kiraly, la tripulación del K-19, Nikolai Shumkov, Stanislav Petrov, Bertrand Russell y Joseph Rotblat estarían todos de acuerdo conmigo.


Algunas de las fuentes consultadas:
http://www.portalplanetasedna.com.ar/openheimer.htm
http://www.istas.ccoo.es/escorial04/material/dc19.pdf

1 comentario:

Irene Hernández dijo...

Como parte de nuestra sobrevivencia (colectiva), es esencial mantenernos lo menos escepticos posible ante el genero humano y conocer de tales actos ( gracias por tu escrito), para encontrar inspiracion y reconocer lo posibilidad, ojala, de evitar lo que aparenta ser, posiblemente, inevitable...ellos lo hicieron. Personalmente, nunca pierdo esa fe en la humanidad.