lunes, 8 de marzo de 2010

Entre la lluvia camina una mujer llamada Nadia...





Llueve hace unos cuantos días en Puerto Rico, el clima para una isla acostumbrada al abrazo del sol se siente extrañamente frío y molestosamente húmedo aunque reconozco que lo que es frío para nosotros es siquiera fresco y altamente deseable en tantos otros lares del globo. Los grises se esparcen por el cielo, las sombras tiñen los escenarios creando muy interesantes replanteamientos de paisajes conocidos. Lo que tal vez en los peores casos son molestias generalizadas y algunos problemas reales de ciertas zonas inundadas me provoca pensar en nuestra isla hermana de Haití.

Chaparrones inmisericordes empapan a la multitud y cubren con un manto de lodo los campamentos improvisados. En medio de los charcos, los amputados caminan trabajosamente con muletas o avanzan a duras penas en sus sillas de ruedas. Muchos en los campamentos informales de carpas donde viven unas 600.000 personas en la capital haitiana carecen siquiera de lonas de plástico, que la comunidad internacional trata de distribuir antes del 1ero de mayo. Cuando llegue de verdad la temporada de lluvias todo ha de empeorar y complicarse exponencialmente, estos aguaceros son a modo de un terrible ensayo de un nuevo acto de su tragedia prolongada, buscarán refugio junto a los vecinos que tienen carpas impermeables.


"Es difícil mantener limpios a mis hijos. Llueve demasiado, hay demasiado polvo", dijo Joseph Dukens, de 25 años, señala a su bebita a quien le amputaron una pierna. "No parece mejorar".

Largas hileras de carpas improvisadas se alzan en terrenos alrededor de la devastada capital, y los haitianos empiezan a reforzar sus precarios refugios. Los campamentos se han convertido en barrios con panaderías y hasta puestos de venta de lotería. Una tras otra vivienda precaria de estaño corrugado y tablas de madera desafían el viento mientras se ve a grupos de hombres que se movilizan con serruchos y martillos. Los niños esperan al heladero en las esquinas, cerca de donde el vendedor de billetes de lotería, llamado Max, ha instalado su pequeño puesto. De una choza que tiene escrita la inscripción "Boulangerie La Pep" (la panadería del pueblo), se filtra el aroma de bocadillos de masa, dos rosquillas cuestan 5 gourdes, unos 12 centavos de dólar. Pan, helados e ilusiones de escapar de la miseria conforman contornos contrastantes de un realidad cotidiana repleta de aburrimientos, peligros y sacrificios.

Las autoridades debaten qué hacer con las 1.200.000 personas que quedaron sin techo.

El pueblo temeroso de los temblores frecuentes se han adistanciado de las cuarteadas estructuras que de manera precarias siguen de pie. y se afinca en dos sitios muy peligrosos: al pie de las colinas que saben pueden desplomarse con lluvias intensas, o cerca de lechos de ríos que suelen inundarse. Están apiñados en zonas contaminadas e insalubres donde las enfermedades empiezan a propagarse.

La gente sencillamente no quiere alejarse de los sitios donde siempre vivieron y trabajaron. Con la escasez de viviendas, la continuación de los remezones y el 38% de los edificios de Puerto Príncipe destruidos por el sismo de magnitud 7, según la ONU, sus opciones son limitadas.

"La gente ha sido desplazada y ha perdido sus viviendas pero no sus empleos", dijo Alex Wynter, de la Federación Internacional de la Cruz Roja y la Media Luna Roja. "La clave es la tierra".

Con este trasfondo los invito a conocer a una mujer que se ha hecho líder de su comunidad a base de sacrificios constantes: las caminatas diarias de millas de Nadia François a la ciudad desde un barranco en las colinas en busca de alimentos son una procesión cotidiana de hermandad.


Un grupo de adolescentes cruza la calle. Una esbelta mujer joven alta en una túnica blanca y una falda negra larga los dirige. Marchan trás ella como si fuera una cierta clase de flautista encantada. Cuatro o cinco horas más adelante, en el borde del aeropuerto del Port-au-Prince, la mujer joven y sus seguidores se colocan en medio de un melé de espectadores fuera de las puertas del aeropuerto. Ella habla inglés, con un acento del sur. Su nombre es Nadia François y es de Delmas 75 una vecindad a unas cinco millas en las colinas. Ella ha bajado, en representación de unas trescientas personas que necesitan ayuda. Como cédula de su compromiso porta un papel con un mensaje manuscrito que atestigua su misión, firmado y estampado por un pastor protestante. Nadia ha llevado a su grupo al aeropuerto porque se repartía alimentos.

Nadia y sus compañeros -eran nueve- en la parte posterior de una camioneta que le ha ofrecido transporte (como veremos la habilidad y perseverancia de Nadia es notable y efectiva) llegan para descubrir que no se daban alimentos allí pero no se da por vencida como tantas otras veces insiste y persiste.

Toneladas incontables de alimentos han sido transportados pero la distribución del alimento es irregular, y rodeado de muchedumbres desesperadas. Por todas partes de la ciudad, piden ayuda. Solamente el que es paciente y persistente parece conseguirla.

En las últimas semanas, ella hace las caminatas todos los días buscando las ayudas para su comunidad. Diariamente entra en el centro de la ciudad e intenta volver con alimentos y otros bienes esenciales.

En el depósito dominicano de alimentos, los soldados representantes de las fuerzas de paz peruanas nerviosos intentan retener a una muchedumbre grande de haitianos en ambos lados de la entrada bloqueada. Nadia los persuade para que los dejen entrar, y al interior encuentra una escena tumultuosa: carros entrando y saliendo.

La ayuda consistió en bolsas de plástico con lo esencial para sostener una familia por un día: arroz, harina de maíz, habas, sardinas, y salchichas. Un coronel del ejército dominicano intentaba supervisar los procedimientos. Él da el permiso al grupo de Nadia para tomar un poco de alimento, y después agregó, poco apologéticamente, que él estaba bajo órdenes de solo distribuir el alimento mediante el gobierno haitiano.

Afuera, la multitud era más grande, para evitar que intentaran quitarles los alimentos se movieron cautelosamente a través de las calles. Después de algunas millas, en una calle un toldo con una gran cantidad de mujeres y de niños, viviendo en las esteras que habían sido puestas sobre el pavimento. En el borde lejano del toldo, abajo, en un barranco veinte o treinta pies de profundo esta la comunidad de Nadia, Fidel -nombrada en honor a Fidel Castro.

Nadia señala a una sección en el borde lejano del acantilado donde puedes ver los escombros de un desarrollo residencial. Nadia dijo que los residentes habían pedido que el desarrollador no pusiera la pared así de cerca al borde del acantilado, pero no les hizo caso. Durante el terremoto, una sección de la pared se había derrumbado encima de la vecina de Nadia, golpeándola en la cabeza y matándola.


Nadia oyó la gritería cerca de su casa y vio a su vecina debajo de la pila de bloques. La vecina tenía un muchacho de siete meses. “Dije, ¿`donde está el bebé, donde está el bebé?'..y lo vimos allí en la tierra.” “Una mujer lo cogió y me lo dio,” Nadia dijo. “Cubierto con sangre, un brazo parecía dislocado, y una de sus piernas, también, y tenía una hinchazón en su cabeza. Estaba asustada que moriría en mis manos.”

Al lado de la camioneta, Nadia llama en voz alta y pronto un grupo de hombres jóvenes y de muchachos comenzó a llevarse los bolsos de alimentos a una pequeña iglesia protestante rudimentaria, el Église Pancotista Sous Delovy. La iglesia, pintada de azul y color rosa, esta hecha de latones. El altar y los bancos estan bajo una escalera concreta escarpada, en la parte inferior parecía casi como un pozo. Nadia daba las órdenes, el pastor, Jean Vieux Villers, vería que los alimentos fueran distribuidos: todos parecían feliz con este arreglo.

En las salidas iniciales buscando el paradero de sus parientes, Nadia había comenzado la búsqueda para alimentos. Trajo los alimentos que encontró al pastor Villers, para ser almacenados en la pequeña iglesia de Pancotista hasta que pudiesen ser repartidos.

Nadia habla inglés, español y kreol lo cual la ha hecho la representante ideal de la comunidad pero además por su tesón y ser habilidosa porque busca las ayudas para todos y las consigue.

Nadia creció en Miami con su familia. Tiene treinta y seis, y ha estado en Haití por solamente los últimos dos años. Había tenido “dificultades con la inmigración.” Su madre la llevó y a sus hermanos a los E.U. en un barco con otros inmigrantes ilegales haitianos, yendo primero a Cuba y entonces a la Florida. Su padre estuvo en la prisión en los Estados Unidos. Tras salir cuando solo era de catorce ella lo coge consumiendo cocaína en la casa, y él intenta agredirla. Su madre lo lanzó hacia fuera. Estando en secundaria, él comete un delito violento y se escapó a Port-au-Prince. Luego, ella oyó, muere en medio de una transacción de drogas en Delmas 33 cerca de donde ella vive. En algún momento de su temprana adolescencia sueña con ser modelo de pasarela, su madre le promete llevarla a tomar clases de modelaje a Barbizon pero la promesa nunca se materializa.

La vida ha sido difícil. Su hermano, ella explicó, enferma. Su madre vuelve a Port-au-Prince para cuidarlo, pero él muere. La madre de Nadia muere luego. Eso era en el último año de Nadia de secundaria. Ella se graduó, pero después de la muerte de su madre, ella y su hermana habían tenido que moverse de su casa alquilada. Por un tiempo, estudió en el Instituto de Enseñanza Superior de Tallahassee.

Ella también ha estudiado cosmetología. Tiene tres niños, dos de un hombre y otro por otro. En 1992, la arrestaron y pasa cinco años en la prisión por robo a mano armada. “Caí con la gente incorrecta.” Después de la prisión, es deportada. En 1999, volvió a los E.U., esperando ver a su hija. Es arrestada nuevamente y estuvo siete años en la institución correccional federal en Tallahassee. En junio de 2007, junto con otros detenidos, se envió de nuevo a Port-au-Prince. Los policías haitianos los recibieron con las caras ocultas por máscaras. “Tenía miedo, porque no sabía qué esperar,” “No sé porqué tuvieron que usar máscaras.” Después de par de semanas, un primo la busca. Alquiló la pequeña casa en Fidel y había estado allí desde entonces, cortando el pelo de las mujeres.

Nadia no ha visto a sus niños desde su detención pasada. La más joven era un bebé cuando fue a la prisión. Los tres están en diversos hogares de acogida. El deseo más grande de Nadia es volver a los Estados Unios con su sobrino (el hijo del hermano que había muerto en Haití), para unirse con sus niños.

Desde el terremoto, Nadia y un grupo grande que duerme debajo del toldo comenzaron a cocinar una comida colectiva sobre un fuego de carbón de leña en la calle. Algunos de los bloques que habían caído encima de la casa de la vecina de Nadia los usaron como base para una bañera.

Nadia fue al club de campo de Pétionville, un campo de golf. El ejército americano daba alimentos. Nadia dijo que ella había encontrado el campo después de que notara los helicópteros militares y los siguiera “para ver adonde iban.” En el campo de golf, la ayuda era dispensada por servicios católicos, y Nadia paró al trabajador social a través de la muchedumbre. Aunque pareciera ocupado y agotado, la escuchó pacientemente mientras que Nadia hizo su súplica. Él explicó que él no podría hacer nada para ella hasta que ella primero fuera a su oficina, en Delmas. Enviarían un equipo para examinar el barranco, y si su demanda era aceptada los alimentos podrían ser dados. El campo tenía por lo menos veinticinco mil personas en él. Nadia cabeceó pero ella era implacable. “¿Qué tienen que hacer?” ella pidió. Antes de que ella lo dejara ir, le dijo dónde conseguir ayuda y suministra su propio número de teléfono celular. En la oficina Nadia encontró un empleado amable que escucha atento mientras ella describió la situación en Fidel. Hartill, el apellido del empleado, ofreció ir con Nadia a examinar a Fidel. Cuando llegó, le sorprende que había gente que vivía en el barranco. “¿Qué hacen cuando llueve?” preguntó. “Nos mojamos,” Nadia dijo. Después en la oficina, una hoja de ruta fue elaborada que autorizó a Nadia a ir a recoger cientocincuenta cubos de alimentos, cientocincuenta kits de higiene (cubos que contienen toallas, jabón, servilletas sanitarias, y detergente), y cincuenta cajas de agua potable. Nadia pronto volvió con cuatro pequeñas camionetas pickup.

Mientras que las camionetas eran cargadas, Nadia bromaeaba y coqueteaba con un contingente de soldados nepaleses que estaban allí. Estaba feliz y alegre. Cuando volvió a Fidel, el pastor Villers abrió las puertas de la iglesia, y pronto había una fila de gente que cargaban los cubos y el agua, almacenándolos en el piso de la iglesia. Nadia se movía hacia adelante y hacia atrás, dando órdenes. Usando una lista de nombres que ella mismo había compilado en cursivo, comenzó a llamarlos uno a uno para que se fueran alineando para recibir los alimentos y bienes de higiene, todo en perfecto orden.


La extraordinaria historia de Nadia se tiene que enmarcar en un cuadro mayor de retos, peligros, abusos y sacrificios que enfrentan las mujeres haitianas en su lucha por ayudar a sus familias a sobrevivir las tragedias que enfrentan a diario.

Las mujeres han llevado la peor parte de la crisis del terremoto y sus repercusiones; y a la vez han tenido que protegerse contra la violencia. Algunos informes dicen de madres que permanecen despiertas toda la noche, por miedo que hombres vengan a violar a sus hijas mientras duermen.

Sin embargo, incluso antes del terremoto devastador, las incidencias de la violencia sexual en Haití estaban entre los más altos del mundo. Haití tiene una historia larga y oscura de violencia sexual. La violación fue criminalizada solamente en 2005 y se ha tratado siempre con cierto nivel de impunidad.

Haití tiene los índices más altos de mujeres afectadas por violencia en la región - y una de las más altas del mundo. Las cifras del Banco mundial estiman que cierta clase de violencia, doméstica o pública, ha afectado al 70 por ciento de las mujeres haitianas. Estas cifras han aumentado en los últimos años, según la Comisión interamericana para los Derechos humanos.

La constitución haitiana todavía no prohíbe la discriminación sexual. El país carece de leyes específicas contra la violencia doméstica y la mayoría de los casos de abuso no son divulgados a las autoridades. Además, muchos casos divulgados carecen de la investigación apropiada y el proceso genera un patrón de impunidad.

Taina Bien-Aime, directora ejecutiva de la Igualdad ahora, dice: “Es desgarrador e indignante que el minuto después de que sucediera el terremoto, anticipamos y temimos que ocurrirían las incidencias de violación y de violencia sexual. Son casi diarias las historias sobre violencia sexual y violaciones o sobre cómo las mujeres temen por su seguridad de posibles violadores… nosotros debemos aprender de los errores en nuestra falta de proteger mujeres y a muchachas en tiempos de conflicto o de desastres. Enseñan las mujeres haitianas a menudo a sufrir en silencio."


Es extremadamente importante que las organizaciones trabajen juntas para proteger a mujeres contra estos ataques. Por consiguiente, Bien-Aime impulsó que las Naciones Unidas y otras agencias de ayuda humanitarias internacionales importantes se aseguren de que “medidas preventivas son implementadas, sistemáticamente, para proteger a las mujeres y a las muchachas contra la violencia.”

El terremoto ha golpeado fuertemente al movimiento de mujeres haitianas, cegando las vidas de un número de activistas principales. Antes del terremoto, los activistas Ana María Coriolan, Myriam Merlais y Magalie Marcelin abogaban para reformar la judicatura y crear una infraestructura para proteger a las mujeres y a muchachas contra la violencia. Una tarea muy necesaria ahora, ya que la violencia contra las mujeres aumenta cuando los países están en crisis.

Marjory Michel, ministra de asuntos de la Mujer, habla sobre los desafíos para las mujeres en un nuevo país que se está construyendo sobre los escombros de una tragedia masiva y en el que casi la mitad de los hogares es dirigida por las mujeres. Michel también acentuó la importancia de implicar a mujeres en la reconstrucción del país, no como recipientes pasivas de la ayuda sino como las protagonistas en el proceso.

De 10 millones de habitantes, el 52 por ciento son mujeres - el 42 por ciento está debajo de la edad de 15. Los trabajos infantiles son un problema severo. Según la Comisión interamericana para los Derechos humanos, el 100 por ciento de las muchachas haitianas entre las edades 5 y 9 - trabaja en el mercado informal. Casi la mitad de todos los niños no van a la escuela, y casi 60 por ciento de las mujeres no puede leer o escribir. La unión temprana es también campo común. Bajo la ley haitiana, la edad legal mínima para casarse es 15 años para las mujeres y 18 años para los hombres. Haití también tiene el índice de fertilidad más alto en la región: 4.8 por mujer (entre las edades de 15 y 49). El país también tiene la tasa de mortalidad maternal más alta en la región: 670 muertes para cada 100 mil natos.

Casi 50 por ciento de las mujeres haitianas están económicamente activas - el porcentaje más alto de América latina y del Caribe. Pero emplean a la mayoría de las mujeres en el sector informal, y las disparidades salariales son alarmantes: las mujeres ganan menos de la mitad del salario del hombre.

Sin embargo hasta contra el trasfondo de violencia, discriminación rampante y los retos incesantes de la crisis haitiana, historias como las de Nadia nos hacen pensar en que el valor y la capacidad de la mujer como protagonista de la Humanidad nos da esperanzas y a la vez nos debe inspirar a ayudarlas de todas las maneras posibles en su caminar.



Informaciones son tomadas de:
http://www.newyorker.com/reporting/2010/02/08/100208fa_fact_anderson?printable=true#ixzz0fcUF4h9G
http://www.reliefweb.int/rw/rwb.nsf/db900SID/EGUA-83CNYS?OpenDocument
http://www.mediaglobal.org

Editado, montaje, traducciones y redacción adicional: ROF

9 comentarios:

Rubie Mariela Alicea-Martínez dijo...

Me quedo sin palabras.

Cristina Corrada Emmanuel dijo...

Elocuentemente tenaz! Se me para los pelos y gracias por compartirlo.

Ramón Allende dijo...

Este escrito del amigo de infancia Pachi Feliciano es muy conmovedor y a su vez muy ilustrativo de la lucha de la mujer en nuestro tercer mundo.

Nadia Mori dijo...

En la semana de la mujer y con el honor de llevar el nombre...se me salen las lagrimas!

Tomás L. Vargas dijo...

¡Wao, Roberto! Va en esas palabras -compartidas por tu gran corazón solidario- todo un pueblo en procesión de hermandad. Mis respetos y un fuerte abrazo.

Saidi Porta dijo...

ERES UNICO, ROBERTO.

Espiritu Libre dijo...

Hermandad!!! Somos un solo pueblo, Un abrazo fraternal.. Bravo Roberto, palabras llenas de un profundo sentimientos y de realidad..

Aurea María Sotomayor Miletti dijo...

Excelente tu texto, Roberto. Una muestra más de tu solidaridad. Nadia, al igual que muchas mujeres haitianas necesita ayuda legal para recuperar a sus hijos (algún abogado de inmigración que la reúna con su familia, sus hijos que permanecen en los EEUU en esos hogares correccionales maltratantes). Es increíble que haya sido en el 2005 que se criminaliza la violación en Haití y que esa posibilidad amenace cada uno de los días de una mujer haitiana. Nadia y aquéllas como ella son un modelo a seguir, como el protagonista de Roumain, Gobernantes del rocío. Gracias por continuar pensando y mantener presente a Haití y sus habitantes mediante tus escritos.

Cruz Roja: Haití no tendrá protección adecuada para huracanes dijo...

Cruz Roja: Haití no tendrá protección adecuada para huracanes

GINEBRA (AP) - Es imposible que todos los desplazados por el terremoto de enero en Haití puedan tener viviendas a prueba de huracanes antes que comience en junio la temporada ciclónica del Caribe, dijo el martes la Federación Internacional de la Cruz Roja.

Hasta ahora, sólo la mitad de los 1,3 millones de haitianos sin techo han recibido carpas, toldos o madera, materiales de emergencia que no resistirían un huracán, dijo Pablo Medina, vocero de la Cruz Roja.

Medina agregó que los trabajadores de asistencia en Haití planean crear albergues comunitarios que puedan soportar las tormentas para que los pobladores se refugien allí.

El secretario general de Naciones Unidas Ban Ki-moon dijo el domingo que la resolución del problema habitacional estaba atrasada y pidió una distribución más eficiente de las viviendas de emergencia.

http://espanol.news.yahoo.com/s/ap/100316/latinoamerica/eur_gen_cruz_roja_haiti