sábado, 30 de junio de 2007
Una historia de la puertorriqueñidad
Una de las impresiones que se quiere impartir sobre los puertorriqueños es su supuesta falta de entereza y valor, nada más alejado de la realidad histórica. Desde plantear que nuestros antepasados taínos eran ‘mansos’, alegato que se estrella contra su fiereza ante los ataques de los indios caribe que habían logrado conquistar a las islas de las Antillas menores llegando en su afán hasta instalarse en la isla de Vieques pero que jamás lograron dominar a la isla de Boriquén, hasta plantear que los primeros boricuas padecían de debilidad de espiritú, son falacias orquestadas por quienes temen o atentan contra una puertorriqueñidad afianzada. Aprovecho la fecha para narrar un capítulo de nuestra historia como pueblo que destruye dicha visión apocada de nuestra nación.
Fue una de las invasiones más grandes a los territorios de la corona española.
Hacia el fin del siglo XVIII, Inglaterra quería restaurar el balance de poder en Europa de tal manera que pudiera retener el control de los mares y así obtener el dominio comercial de todo el mundo. Si lograba obtener el control del Caribe, esto facilitaría el proceso. Por eso, en 1797, Gran Bretaña envió al General Ralph Abercromby y al Almirante Henry Harvey al mando de una poderosa flota naval de unos 13 barcos al Caribe. Con la intención de tomar el control de las islas de Trinidad y Puerto Rico, junto con la ya conquistada isla de Jamaica y así establecer un triángulo de poder inglés en el Caribe. En febrero de 1797 lograron arrebatarle la isla de Trinidad a una guarnicion española débil y desmoralizada. Esto les dió la confianza, para creer que podían hacer lo mismo en San Juan.
De acuerdo con la bitácora de Harvey la campaña inglesa que arribó a las aguas de San Juan el 17 de abril de 1797 contaba con 60 velas. Eran cinco navíos de línea, dos fragatas, seis corbetas, ocho goletas y, el resto, transportes de tropas. A las seis de la mañana del 17 de abril se vió frente a la costa de Loíza la escuadra británica.
El Gobernador de la isla, Ramón de Castro, sólo contaba con 300 soldados, pero consiguió que todos los vecinos, blancos y negros, tomaran las armas para defender la ciudad. Además se movilizaron las milicias de los pueblos, que acudieron a defender San Juan, e incluso participaron los presidiarios. 300 soldados, 638 milicianos, 5.533 ciudadanos, 180 presidiarios y 110 franceses se aprestaron a defender a San Juan. Se procedió a dotar a los castillos y a proteger los puentes y puntos estratégicos. En el puerto se montaron dos cañones en dos pontones y se armaron 12 lanchas cañoneras al mando del capitán de fragata Francisco de Paula Castro.
De Castro ordenó que las mujeres, niños y ancianos saliesen de la ciudad. Dispuso que las monjas se trasladasen a Río Piedras, dejando el convento para servicio de hospital, pues la ciudad contaba sólo con el que fué construído por el obispo Jiménez Pérez. El Consul francés, M. Agustín París, ofreció al gobernador sus servicios y los de los compatriotas suyos. De Castro también aceptó los servicios de los corsarios franceses que se hallaban en puerto, "Le Triomphant" y "L'Espiégle" .
De los franceses, solamente pelearon cincuenta en el castillo de San Jerónimo, a las órdenes de M. Barón y sesenta que maniobraban en el campo volante, teniendo por jefe al mismo cónsul de su nación. Entre los ciudadanos de la primera República Francesa que ayudaron eficazmente en la defensa de Puerto Rico se debe menciónar a M. Daubón, capitán del corsario "L'Espiégle"; Lobeau, dueño del corsario "Le Triomphant" y Bernard, artillero de San Jerónimo; y los médicos y practicantes a las órdenes del cirujano mayor del ejército de defensa, el doctor Francisco Oller y Ferrer, que se ocuparon de la sanidad militar. Algunos de estos franceses prefirieron establecerse aquí y constituir familia; y sus descendientes viven en la actualidad en el país. Además dos barcos corsarios franceses ofrecieron sus servicios a la defensa del puerto.
Don Pedro Tomás de Córdoba ha dejado una relación completa de los armamentos y tropas disponibles para hacer frente a los ingleses:
"La plaza tenía 376 cañones, 35 morteros, 4 obuses y 3 pedreros, 10,209 quintales de pólvora, 189,000 cartuchos y 3,367 fusiles; sus obras no estaban completadas, su guarnición veterana era escasa y reducida al Regimiento Fijo con 938 hombres; pero la decisión por defenderse era extrema y el entusiasmo propio de la fidelidad de los puertorriqueños....Toda la fuerza alcanzó á 4,029 individuos, y los urbanos, que entraron del campo… La tropa veterana podía graduarse, á lo más, de 300 hombres, pues el resto era de la Milicia agregada al Regimiento Fijo...Para la defensa de la bahía se armaron dos pontones, cuatro ganguiles, once cañoneras, siete lanchas de auxilio, cuatro botes, un falucho y diez y ocho piraguas, con 27 piezas, 11 esmeriles, 204 fusiles y 546 hombres de tripulacion. "
Sir Ralph Abercromby desembarcó por Santurce para tomar la plaza de San Juan. Sobre los primeros incidentes armados se cita:
"El cuerpo volante salió al mando del teniente coronel D. Isidoro Linares con los de igual grado D. José Vizcarrondo y D. Teodomiro del Toro, ayudante este de las milicias disciplinadas de esta Isla y capitán aquél del Regimiento de infantería de Valencia. D. Isidoro Linares se apostó con cien hombres en el sitio nombrado la Plaza, inmediato á una de las playas de Cangrejos; D. José Vizcarrondo en la playa de San Mateo y D. Teodomiro del Toro en la Torrecilla con igual número de gente cada uno al que tenía Linares siendo los puestos de situación, los más ventajosos y resguardados para rechazar el desembarco que intentase el enemigo y poderse proteger unos á otros. Cada uno de estos comandantes se atrincheró según le permitieron la situación y el tiempo, colocando oportunamente los dos cañones de campaña que llevaban Linares y Vizcarrondo."
Abercromby inicialmente desembarcó 3,910 hombres en la playa del Condado y pudo tomar poder el área de Cangrejos, cortando la comunicación entre San Juan y el interior de la isla. No bastaron las fuerzas españolas para evitar el desembarque de los invasores. Se vieron obligados a retirarse hacia el puente y fuerte de San Antonio.
Al igual que hizo en Puerto España, Abercromby envía un parlamentario ofreciendo una rendición honrosa, mientras que Linares se estaba batiendo con los ingleses en Cangrejos, se aproximó un bote a la boca del Morro. Un oficial inglés entregó un pliego de los jefes Abercromby y Harvey, intimando la rendición de la Plaza, al recibir respuesta negativa, abrieron fuego contra San Juan, al mismo tiempo que un navío y las fragatas bombardeaban los castillos. El fuego de los castillos y los ataques de las lanchas cañoneras obligaron a los barcos a retirarse, mientras que las tropas de tierra inglesas también eran rechazadas al intentar tomar el puente de San Antonio.
Los ingleses desembarcaron en la playa de Cangrejos, y 7.000 hombres se aproximaron a la ciudad. El general Abercromby estableció su cuartel y estado mayor en la casa llamada del Obispo. Hostigados por la artillería de la plaza y por las guerrillas de los milicianos, los ingleses consiguieron instalar dos baterías de cañones y una de morteros. Con el objetivo de capturar el puente fortificado de San Antonio, las fuerzas del rey Jorge III establecieron una batería de artillería en el Condado y otra en la colina del Olimpo para atacar los bastiones de San Antonio y San Jerónimo.
A diferencia de El Morro, que es la defensa de la bahía, San Cristóbal es la defensa contra ataques por tierra. Fue puesto a prueba durante el ataque inglés, comandado por el almirante Sir Henry Harvey y el general Ralph Abercromby, cuyas 7,000 tropas no pudieron tomar la ciudad. Con el fin de poder ganar acceso a la ciudad el enemigo tendría que destruir los fuertes de San Jerónimo y San Antonio que le cortaban el paso. Para deshacerse de estos obstáculos los británicos construyeron trincheras y establecieron baterías en los cerros del Condado y del Olimpo, tratando de dominar así los dos fuertes. La ciudad de San Juan estuvo bajo el fuego de las armas inglesas hasta el 30 de abril.
El día 19 una partida británica saqueó dos ingenios en Puerto Nuevo y San Patricio. Para evitar que el enemigo se internase en el interior, se ordenó al capitán de ingenieros Ignacio Mascaró que fortificara el puente de Martín Peña. En Río Piedras se formó una guerrilla a las órdenes de Francisco Andino para hostilizar al enemigo. Más tarde se le agregaron algunos milicianos de otros pueblos. Se estableció una comandancia militar en Río Piedras confiada al subteniente Luis de Lara. En la madrugada del día 21 las partidas volantes al mando del subteniente de granaderos D. Luis de Lara y el de milicias D. Vicente Andino, y de su hermano el ayudante de plaza D. Emigdio fueron atacadas por una avanzada superior del contrario que se hallaba emboscada fuera de su línea en el puente de Martín Peña. A pesar de la inferioridad de las tropas españolas, fueron sosteniendo una retirada con su fuego hasta llegar a Río Piedras en donde reunidas con otras sobrecargaron al enemigo con un fuego tan bien ordenado que le pusieron en precipitada fuga, obligando a los pocos que de su partida quedaron a ampararse del puente de Martín Peña y batería de tres cañones que estaba establecida en él.
De Castro determinó dar un ataque al enemigo para escarmentarle:
"Escogió al sargento de milicias Francisco Díaz, á cuyas órdenes se puso una partida de 70 hombres bien armados que voluntariamente se prestaron á la acción proyectada; estos eran 20 de las compañías de milicias disciplinadas y 50 escogidos de los destinados á este presidio....." Se embarcaron en piraguas, y sostenidos por dos lanchas cañoneras, entraron por el caño de San Antonio: "Luego que Díaz desembarcó su tropa y la ordenó, debidamente, fué avanzando con cautela hacia la trinchera enemiga, y á proporcionada distancia hizo una descarga contra los trabajadores que en ella se hallaban: la guardia que los sostenía tomó las armas y pretendió defenderse pero Díaz continuó su fuego ganando terreno hasta llegar al caso de entrar en la trinchera con sable en mano acometiendo valerosamente á los contrarios, matando é hiriendo cada soldado nuestro á cuantos se les presentaban delante; de tal modo que los que podían librarse de nuestras armas se ponían atropellada y vergonzosamente en precipitada fuga, sin embargo de haberse calculado que el número de los enemigos en aquella ocasión llegaria á 300. Quedó solo Díaz con su gente en la trinchera enemiga, reconoció una bateriá de cañones muy bien dispuesta dirigida al puente de San Antonio y fuerte de San. Gerónimo… por falta de tiempo y proporciones, determinó la retirada trayéndose un capitán y 13 prisioneros vivos.”
El enemigo siguió sus operaciones contra los fuertes de San Jerónimo y San Antonio.
Una fragata se acercó al fuerte de San Jerónimo disparando algunos cañonazos, pero se vió obligada a retirarse. En cambio el fuego de las baterías del Condado y del Olimpo causó mucho daño a los dos fuertes.
Los puertorriqueños comenzaron a enviar las provisiones y refuerzos a través del río de Bayamón y desde Cataño en canoas. De otro lado los ingleses lograron destruir parte de los fuertes de San Jerónimo y San Antonio. Aún así no pudieron avanzar hacia San Juan por la furia con la que los criollos se defendieron.
La escasez de tropas regulares impidió a los españoles el contraataque, y la situación se estancó durante 12 días, en los que los ingleses estuvieron sometidos al continuo hostigamiento de las guerrillas de las milicias.
La noche del 29 de abril, los españoles atacaron frontalmente las posiciones inglesas con 800 peones y dos compañías de caballería. Resolvió de Castro hacerles un ataque por retaguardia. El gobernador determinó utilizar para esta operación la guerrilla de Andino, las milicias de infantería y caballería y varias partidas de urbanos, que se hallaban reunidas en Río Piedras.
"El subteniente.... Luis de Lara, comandante de nuestro Cuartel general en la retaguardia del enemigo, sin embargo de las órdenes claras que se le dirigieron.... no entendió bien el proyecto del General.... para el ataque del enemigo, y en lugar de las disposiciones y providencias dadas para él lo trastornó y obró del modo siguiente: Reunió todas las partidas hasta el número de 800 hombres con dos compañías de caballería, puso á la cabeza un cañon de campaña, con el que marchó hacia el puente de Martín Peña, llevando su tropa en varias columnas, de las cuales repartió alguna por los costados y manglares inmediatos á fin de cortar al enemigo la retirada en caso de salir del Puente. Llegaron á tiro de pistola de él..... Le incitaron con algunos cañonazos á que respondió con los de su batería. Formó el Comandante su tropa en batalla.... y empezó á hacer un vivo fuego de fusil á los enemigos que se descubrían, provocándolos al ataque sin poderlo conseguir en vista de lo cual, repitió el vivo fuego y el enemigo siguió respondiendo con el de cañon, y reflexionando que la disposición del terreno no le permitía avanzar más y que el enemigo se escusaba de hacerlo, se retiró con su tropa."
En la acción de Martín Peña murió el sargento mayor José Diaz de Toa Alta. Aun en algunas partes, nuestros jíbaros cantan aquella antigua copla:
En el puente Martin Peña
Mataron a Pepe Díaz
Que era el hombre más valiente
Que el Rey de España tenía.
Temiendo que de Castro estuviera proyectando un ataque general, Abercromby decidió retirarse. Se desconoce el número de bajas inglesas, que varían de menos de 100 a cerca de 2.000, según diferentes versiones. Quedaron presos en la isla 4 oficiales y 286 soldados, siendo alemanes algunos de ellos. Por parte española hubo 42 muertos, 156 heridos, 2 desaparecidos y 1 prisionero. Muchos soldados ingleses murieron y dejaron atrás cañones, morteros y obuses que luego fueron colados y usados para hacer la estatua, entre otras cosas, la estatua de Juan Ponce de León que se encuentra en la Plaza de San José en el Viejo San Juan.
El 2 de mayo de 1797 todos los barcos de la invasora flota inglesa levaron anclas, abandonando el bloqueo de San Juan, el cual resultó un completo fracaso. El comandante inglés, Sir Ralph Abercromby, en un intento de explicar este desastre, informó más tarde “…habíamos recibido refuerzos e instrucciones de atacar a Puerto Rico, determinamos probar fortuna, confiando un poco en la debilidad del enemigo. Le encontramos bien preparado, con una guarnición más fuerte que la nuestra y con artillería ponderosa”.
Esta lucha fue diferente a los asaltos sufridas por la Isla en los años 1595, 1598 y 1625. Ésta fue de mayores proporciones. En la misma participó casi toda la Isla desde cuyo interior se enviaron auxilios y se colaboró, en una y otra forma, para derrotar al enemigo. En esta ocasión no fue la guarnición de San Juan, como en los pasados ataques, la que únicamente decidió la suerte de la colonia y de las armas españolas. Participaron los demás pueblos también y el pueblo se unió en la defensa de San Juan, criollos, negros y hasta presos.
El día 3 de mayo se dispuso cantar con toda solemnidad en la Santa Iglesia Catedral el Te Deum con misa mayor y sermón en acción de gracias a Dios por el feliz término de aquella defensa. En recompensa de sus servicios el brigadier de Castro fué ascendido a mariscal de campo, y muchos de los demás jefes militares merecieron ascensos en sus grados. En reconocimiento de la fidelidad, amor y patriotismo de los vecinos de esta isla, se concedieron ocho gracias especiales. Se le otorgó a la ciudad el derecho "...de orlear su escudo de armas" con estas frases "POR SU CONSTANCIA AMOR y FIDELIDAD ES MUY NOBLE Y MUY LEAL ESTA CIUDAD".
Dice el historiógrafo Neumann:
"Nosotros, como puertorriqueños, no podemos menos de enorgullecernos con la gloria alcanzada en aquel memorable asedio por los hermanos don José y don Andrés Cayetano Vizcarrondo: los sargentos José y Francisco Díaz, el párroco del Pepino, don José Dolores del Toro, que peleó honrosamente á la cabeza de ciento cincuenta feligreses y los mantuvo de su peculio durante el sitio; don Francisco Andino, síndico del Ayuntamiento de la Capital, ....don Rafael Conty, hijo de Aguadilla, capitán de artillería que de acuerdo con el teniente á guerra de Bayamón, don Lucas de Fuentes, opuso, con dos cañones...manteniendo por aquella parte franca comunicación con los campos; así como la de otros inolvidables combatientes, cual aquel hidalgo ingeniero don Ignacio Mascaró y Homar, tan poco apreciado, figura activa é inteligente del sitio, que todo lo preveía y á todo atendía, en quien depositó verdadera confianza el Brigadier Castro; don Teodomiro del Toro, bizarro defensor del fuerte de San Jerónimo; los hermanos Emigdio y Vicente Andino; el ayudante de campo don Manuel Bacener; don Blas López, teniente á guerra de Juncos; los artilleros González y Ortega; ....el sargento de San Jerónimo don Marcos Sosa, abuelo del benemérito puertorriqueño don Julián Blanco; .... don José Benítez, padre de la inolvidable cantora de la Cruz del Morro, doña Bibiana, la primera dama que pulsó la lira en Puerto-Rico; ....otro José Díaz, ponceño, tenaz y resuelto en la pelea, como su homónimo el de Toa alta é infinidad de otros coterráneos."
Tomado de varias fuentes y editado por Roberto Ortiz Feliciano.
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2 comentarios:
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