10-Noviembre-2007 Editorial de El Nuevo Día
Reenfoque de la seguridad
Lo último que debemos perder, con respecto a los más recientes brotes de violencia y criminalidad en el País, es nuestra capacidad de indignación y, en especial, la voluntad de propiciar y exigir estrategias más efectivas contra la criminalidad.
La nueva racha criminal que hemos sufrido en días recientes tiene ese componente cíclico que nos lleva a escandalizarnos, por un determinado lapso de tiempo, para luego pasar la página y, lastimosamente, resignarnos a lo que suponemos inevitable. Esto provoca que, tanto a nivel institucional como individual, la criminalidad no se asuma como un hecho social de raíces tan y tan complejas, que necesita de soluciones integrales, no de un parcho por aquí y otro por allá.
En otras palabras, da la impresión de que, a medida que van surgiendo esos brotes de violencia, se intenta atajarlos con medidas aisladas, encasillándolos a veces como meros ajustes de cuentas y reduciéndolos además a simples estadísticas.
Ese es el camino equivocado.
La inseguridad en las calles y el crimen que nos azota a diario son la principal preocupación de los ciudadanos -como lo demostró claramente la reciente Encuesta de El Nuevo Día- y lo importante no es que el índice de asesinatos vaya varios números arriba o varios números abajo con respecto al año anterior, sino que la gente en verdad perciba que existe un proyecto abarcador y consistente contra la delincuencia. Cosa que, a estas alturas, aún no tenemos.
La situación que impera, por ejemplo, en Loíza, donde se ha declarado prácticamente una guerra de gangas que aterroriza al pueblo entero y que ha cobrado casi una treintena de víctimas fatales, ejemplifica nuestro punto: la desventaja, la deserción escolar, las falsas metas y, sobre todo, el discrimen y la desesperanza, son el caldo de cultivo para actitudes antisociales que no se quedan enquistadas en un individuo, una familia o un barrio. Se dispersan en todas direcciones y nos afectan a todos por igual.
La violencia extrema con que fue asesinada una joven mujer en Ponce, o la tranquilidad con que ayer mismo los sicarios esperaban a su víctima a las puertas del Tribunal federal, en las inmediaciones del edificio donde también ubican las oficinas del FBI (y donde se supone haya cámaras y vigilancia), sugieren un recrudecimiento en realidad muy serio. No sólo es la acción criminal, sino el nivel de provocación y desprecio por el orden público.
La Policía y otras agencias del Ejecutivo tienen que ser la punta de lanza en esta lucha, pero, ¿es consciente la Asamblea Legislativa, absorbida en estos días por temas baladíes y vergonzosas garatas, de lo que está ocurriendo en nuestras calles? ¿Perciben los candidatos políticos, todos ellos también muy ocupados en sus pequeñas rivalidades partidistas, lo que se está cociendo en el Puerto Rico real?
El primer paso, sin duda, es bajar de la nube y ocuparse de esta crisis de seguridad ciudadana que destruye muchas familias y vulnera el ámbito moral en que nos desenvolvemos.
No se puede soslayar, tampoco, la responsabilidad de los ciudadanos, su apoyo individual a la lucha contra el crimen. Algunos de los barrios donde se han organizado foros de colaboración entre los vecinos y la Policía, están viendo ya resultados positivos. Cualquier línea de acción que tienda a reenfocar correctamente las políticas y las acciones contra la violencia debe ser bienvenida.
http://www.elnuevodia.com/diario/columna/312233
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insistimos en que el panorama relacionado al derecho de la seguridad exige un análisis completo, reta igualmente a buscar nuevos paradigmas y demanda ensayar con nuevas metodologías y enfoques filosóficos.
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