viernes, 23 de marzo de 2018

La [IN]moralidad del nuevo normal


El fraude no solo está presente, sino generalizado, los escándalos se han vuelto comunes, prácticas sospechosas que muchos consideraron chocantes hace poco se han convertido en rutina, la poderosa élite política y financiera puede soportar tales críticas sin un impacto duradero porque el sistema de poder (gobierno) que los sostiene no es vulnerable a este tipo de crítica moral simbólica. 
Esto suena contra-intuitivo, no es útil explicar el engaño y la criminalidad de cuello blanco en nuestra economía cotidiana con diatribas idealistas sobre la ausencia de moral. Se supone la corrupción como simplemente una característica patológica o síntoma de la gestión moderna. En respuesta a una variedad de problemas que incluyen las falsas representaciones, el engaño, la influencia indebida, la fijación de políticas de intereses especiales y el aumento salarial de los ejecutivos y la concentración continua de riqueza, la idea de simplemente necesitar más moralidad o menos inmoralidad es profundamente defectuosa. 
Las prácticas económicas (incluido el uso del engaño, intimidación o desinformación) están respaldadas por un conjunto de prioridades y propuestas específicas. En otras palabras, nuestra economía neoliberal actual constituye un orden moral, nos guste o no, es negocio normal para los actores principales.
Podemos definir el neoliberalismo como un medio para promover el dominio del mercado e impulsar la transferencia del poder económico del sector público al privado. Y al perseguir los modelos neoliberales de crecimiento, se gasta una gran cantidad de energía del gobierno para asegurar el futuro, y lo que es bueno para las grandes empresas y corporaciones es bueno para la sociedad. Esa retórica enfatiza la importancia de los mercados libres mediante leyes flexibles que se suman a una gramática moral de valores sociales particulares en los que los patronos siempre deben salir beneficiados, normas y creencias en las que la igualdad y la justicia social simplemente están ausentes, vivan las ganancias privadas mientras los otros que se atengan a los sacrificios.
Los neoliberales hacen grandes reclamos en defensa de lo que llaman libertad económica. Las libertades sindicales, los reclamos colectivos y los derechos sociales son, desde esta perspectiva, construidos como enemigos de la libertad del mercado al igual que las intervenciones estatales en nombre del interés social amplio. 
El bien público, aunque lógicamente contradictorio, debe definirse como el bien privado, la normativa busca posicionar las políticas neoliberales como el verdadero interés público. Por lo tanto, las construcciones neoliberales simplemente vinculan el interés público con el sector privado. En otras palabras, lo bueno y necesario para los pocos ricos es, por supuesto y de todas maneras, bueno para los muchos pobres, incluso cuando son cada vez más pobres y los cada vez menos ricos, más ricos.
Estas ideas buscan infiltrarse en toda nuestra visión moral. La reestructuración neoliberal es, por lo tanto, un proyecto político, económico y moral que apunta no solo a la economía, sino también a la sociedad y la cultura. 
Como dijo una vez Margaret Thatcher: "La economía es el método, pero el objetivo es cambiar el alma". 
Y qué tipo de alma sino el alma de los muchos pobres resistiendo con paciencia y perseverancia en una interpretación distorsionada de los valores cristianos donde la humildad y la bondad es dejarse explotar y manipular sin quejarse.
Entonces, para comprender por qué las condiciones para el fraude están maduras y omnipresentes en todos los niveles del gobierno, debemos reconocer el corazón del proyecto neoliberal, un conjunto muy claro de normas, valores y actitudes que en un lenguaje moderno reafirman la "moral" de los pocos poderosos, aunque nos resulte tan difícil racionalizar o comprender: proponen justificar la desigualdad en toda su realidad y debemos aceptar los agravios y abusos con lealtad. 

pachi/ ROF



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